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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Sábado, 21 de septiembre

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Foto: Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée en Los años más bellos de una vida/Les plus belles années d'une vie

-Esperado era también por mi parte el estreno de la producción francesa de inevitables ecos nostálgicos LOS AÑOS MÁS BELLOS DE UNA VIDA (LES PLUES BELLES ANNÉES D´UNE VIE):

“Los años más bellos de una vida son los que todavía no se han vivido” (Victor Hugo)

“Los días en los que no estás enamorado son días desperdiciados” (Claude Lelouch)

“Uno puede perder la memoria, pero no olvidar una mirada” (Jean-Louis Trintignant)

“Nunca nadie se ha muerto por sobredosis de sueños” (Jean-Louis Trintignant)

“¿Te acuerdas aquel libro que me regalaste Todos somos guapos cuando estamos enamorados?” (Anouk Aimée)

“Es más fácil seducir a 1000 mujeres que mil veces a la misma mujer” (Jean-Louis Trintignant)

“Todas las historias acaban mal, solo las del cine acaban bien” (Jean-Louis Trintignant)

 

Lástima que toda esta retahíla de bellas o agudas frases, una pequeña parte del total que aparecen a lo largo de la ficción, estén muy por encima del tono general de la misma, por otra parte una  correcta, grata y nada irritante conclusión de aquella popularísima y encantadora cinta titulada UN HOMBRE Y UNA MUJER, filmada por el cineasta francés Claude Lelouch en 1966… y pese a su éxito cuestionada por muchos colegas.

Entre medias, surgiría otra secuela debida también a él, de 1986, UN HOMBRE Y UNA MUJER: 20 AÑOS DESPUÉS, con idénticos personajes y asunto parecido, pues trata sobre los efectos y efluvios amorosos sedimentados por aquella love story vivida con pasión entre un piloto de carreras y una script viudos con un hijo cada uno de ellos.

Es un cine bonito, relamido, sobre la tercera edad, que tal vez abusa en exceso de los flashbacks evocadores del título que la inspirara. También de las ensoñaciones de él. Ello, por una parte, puede resultar nostálgico para los espectadores o cinéfilos que la vieran con deleite en su momento o la recuerden, pero por otra también supone un lastre para quienes la desconozcan.

Aun así,  cabe la posibilidad de quedarse con una historia que en lo que a mí respecta no me provoca ni frío ni calor, pero que retrata con melancolía y pausa la erosión originada por el paso del tiempo, que no tanto por los hermosos recuerdos del pasado. Y lo que todavía es posible vivir, de ahí la frase inicial de Víctor Hugo.

Me vuelve a encantar, eso sí, volver a ver en una pantalla a sus muy veteranos protagonistas, en esta ocasión acompañados de los surcos causados por los más de cincuenta años transcurridos, aunque Aimée se muestre igual de elegante y sorprendentemente espléndida en su considerable madurez (ni más ni menos que 87 primaveras… por 88 del otrora apuesto y aguantando admirablemente el tipo Trintignat, a las que hay que sumar las 81 de Lelouch).

Solo por ellos, por contemplar el rostro inmarchitablemente sereno de la fascinante Aimée (una de mis debilidades de siempre tras Hepburn y junto a Pier Angeli, la del entrañable crítico Alfonso Sánchez también… llegó a confesarle a Garci en un memorable corto que estuvo enamorado de ella), bien merece pagar la entrada.

Y, por supuesto, probablemente se establezca una especial complicidad con quienes disfrutaran la obra original, algo que tal vez no sea compartido por los nuevos espectadores, como ya he expuesto en un párrafo anterior.

Resulta igualmente placentero volver a disfrutar la estupenda y celebérrima banda sonora que compusiera el recientemente desaparecido Francis Lai.

Pero conste en acta para no despistar que le acaba faltando fuerza, intensidad. La relación amorosa continuada por sus respectivos hijos no tiene tampoco excesivo recorrido, salvo el del mero cortinaje y el de una no al menos molesta asepsia narrativa.