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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Lunes, 24 de diciembre

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Foto: Margaret O'Brien, June Allyson, Elizabeth Taylor y Janet Leigh en Mujercitas/Litte women

-Fueron varias las ocasiones en las que la película de la Navidad en Televisión Española era MUJERCITAS (LITTLE WOMEN). Desde entonces esta obra maestra del cine norteamericano de finales de los 40 nunca me he cansado de verla en cualquier época del año, aunque en las fechas en las que estamos su contemplación parece que se reviste de un sabor especial. Es lo que tienen los primeros y gratificantes descubrimientos de la infancia, que dejan huella, poso:

Era una de las dos películas por excelencia de la Navidad en la única cadena televisiva –estaba también la UHF, pero esa era otra cosa, como más “intelectual”- que disfrutábamos los españolitos de los años 70 y 80. Durante un tiempo casi nunca fallaba en la programación junto con ¡QUÉ BELLO ES VIVIR! Las mujeres, las chicas lloraban estrepitosamente con ella; los chicos, más majaderos solían jactarse de lo contrario y señalarla como cursi. Yo era ya atípico en esto del cine, como en tantas otras cuestiones, y en este caso me posicionaba con las primeras, aunque con el western ellas no me secundaban a mí. Y ajustar baremos actuales a lo ya pasado no cambiaría nada de lo que fue.

Tal vez la mejor de las cinco adaptaciones cinematográficas que conozco de la popularísima novela de la escritora estadounidense sureña Louise May Alcott, sea la de blanco y negro de George Cukor producida en 1933, pero considero esta de Mervyn Le Roy en refulgente technicolor, con suntuosa producción de Metro Goldwyn Mayer en 1949, prácticamente igual de formidable.  

Parte de un sólido guión a ocho manos, debido a cuatro reputados profesionales de la época, dos hombres y dos mujeres. El citado Le Roy, el firmante de obras mayúsculas del cine como EL PUENTE DE WATERLOO, MADAME CURIE, QUO VADIS, ESCALA EN HAWAI (co dirigida con John Ford) o MALA SEMILLA, lo trasladó con irresistible encanto, sensibilidad (que no ñoñería, lo remarco), elegancia, emotividad y exquisitez.  

Amparado en un despliegue propio de la productora que se jactaba de contar con más estrellas que en el firmamento, se rodeó de un reparto que, visto con perspectiva, resulta difícilmente superable. Las cuatro hermanas protagonistas, entre los 13 y los 19 años, Meg, Jo, Amy y Beth, de diferentes e incluso opuestas personalidades, fueron encarnadas por otras tantas actrices rutilantes: una preciosa Janet Leigh, una deslumbrante June Allyson, una bellísima –ahí resaltaban ya esos incipientes ojos violeta- Elizabeth Taylor y por la niña prodigio Margaret O´Brien (inolvidable en una secuencia especialmente dramática y en su adorable retraimiento).  

Pero si acudimos al resto de intérpretes, a los que acaban de conferir grandeza y consistencia a este reparto radiantemente juvenil, tenemos que por ahí están una sobria y extraordinaria Mary Astor (la malvada de EL HALCÓN MALTÉS) como la madre aglutinadora, el vetusto caballero Charles Aubrey Smith, la veterana Lucille Watson como tía de las chicas y los dos jóvenes que dan el toque oportuno para el “conflicto” sentimental, Peter Lawford y un recién desembarcado en Hollywood y apuesto italiano Rossano Brazzi.  

No les voy a negar, creo además que a muchos espectadores nos ha pasado, sentir una gran debilidad, una inmediata identificación con la vitalista, entusiasta, idealista, espontánea y rebelde Jo. Y Allyson he de reconocer que aguanta muy bien el tipo respecto a su antecesora, la divina Katharine Hepburn. Es más, le proporciona un inusitado e inesperado vigor. Saltando la cerca del hogar nada tiene que envidiarle.

Cualquier apartado que se elija para analizarlo, pasa con máxima nota el examen. Por ejemplo, todo lo referido a su vestuario, decorados y esa exquisita dirección artística del inevitable Cedric Gibbons, recompensada con uno de los dos Oscars por los que estuvo nominada.  

También puede ser perfectamente contemplada como un certero y bastante acertado análisis de la época, sobre el durante y el inmediatamente después de la Guerra de Secesión, la Guerra Civil norteamericana, a través de una prototípica y representativa familia, cuya vida discurre a caballo entre Nueva Inglaterra y Nueva York.  

Es fastuosa en su intimismo, resplandeciente, deliciosamente sentimental… es perfecta. Es como una postal propia de estas fechas, como un viejo, precioso y colorido álbum familiar de épocas un tanto pretéritas. Y aunque hay que situarse en el momento en el que fue concebido el texto literario, resulta más moderna de lo esperado tanto en el tratamiento sentimental de los personajes y en la descripción de la destacada Jo.  

Ah, y para los que opinen que está desfasada, les diría tan solo lo mucho que echo de menos los magníficos sentimientos que proclama.