Cuando en el capítulo anterior me decanto por esa cuarta acepción y digo que el título (ʽExpiaciónʼ) me suena a purificación de algo profanado, estoy pensando en Clara, en la niñez que representa y en todas las profanaciones psicológicas infantiles. Sin embargo, la respuesta de Elvira es determinante y la supuesta profanación se queda en posibilidad, en una posibilidad más, pues, como bien dice, el significado no está cerrado.
La segunda parte de ʽLa ciudad en inviernoʼ se titula ʽCabeza de huevoʼ. No sabía, al iniciar esta pentalogía, que me iba a encontrar de nuevo con Clara. En la primera parte teníamos tres protagonistas y en esta segunda también. Si antes fueron dos adultas y una niña, ahora nos encontramos con dos chicas adolescentes y un adulto.
ʽExpiaciónʼ me supo a introversión. ʽCabeza de huevoʼ me sabe a acción. ʽExpiaciónʼ me supo a bomba de relojería. ʽCabeza de huevoʼ me sabe a detonante. Si en ʽExpiaciónʼ los protagonistas pensaban, en ʽCabeza de huevoʼ actúan. El mundo adulto armó la bomba y es de nuevo un adulto quien la hace estallar.
Pretendo hablar de este libro sin contarlo. Reflexionar sobre la esencia sin hablar de los hechos. No es probable que el lector recuerde todo lo que aquí estoy exponiendo. La idea es que el lector se sienta atraído por lo que aquí se dice y que, cuando empiece a leer la obra, recuerde únicamente que trata de Clara (niña y adolescente) y de los adultos con los que se relaciona. El lector también puede recordar que el que escribe está de parte de la infancia, de la adolescencia. Si recuerda todo esto, ya será mucho. Pero lo importante es que el lector podrá descubrir la obra personalmente.
En esta segunda parte, una Clara adolescente vuelve a encontrarse con el adulto equivocado (y no es de la familia). No diré más. De todos modos, formulo la pregunta correspondiente: ¿estoy contando demasiado? Es mi eterno miedo: me da mucha rabia que me cuenten los libros y no quiero yo hacer lo mismo.
La conclusión que saco en esta segunda parte es que cuando adolescentes y adultos se mezclan, los adultos son siempre los responsables. Disculpo el desliz del adolescente, no así el del adulto. He sido adolescente y sé de la inconsciencia que yo mismo he vivido y que te lleva a hacer cosas de las que luego te avergüenzas, cosas que treinta años después no entiendes que hayas podido hacer. Por eso, porque lo he sufrido en mis carnes y he aprendido, excuso, disculpo más al joven que al viejo, que debería aprender de sus errores.
¡Es que la niña es un demonio!, dirán algunos. Es posible ―acepto―, pero ¿desde cuándo? Nacemos con el demonio dentro o nos lo meten nuestros seres queridos, nuestra querida sociedad: no lo sé, creo que este es el enigma que plantea la autora, el eterno dilema, pero si he de dar una respuesta, diré que un demonio apaciguado es menos demonio.
―Pues bien, Elvira, la pregunta está hecha: ¿estoy contando demasiado?
―No te preocupes, no has contado nada sobre la historia. Voy a intentar comentar algunas de las cosas que dices. Te ha sorprendido que la protagonista sea Clara porque el libro se presenta como un conjunto de relatos y estamos acostumbrados a que los límites del cuento sean más precisos: se acaba la historia, y también quienes la protagonizan. Cuando no es así, las fronteras genéricas comienzan a difuminarse, y eso es lo que pasó con ʽLa ciudad en inviernoʼ, que fue leído no sólo como un conjunto o ciclo de cuentos, sino también como una ʽnouvelleʼ e incluso como una novela. ʽLa ciudad en inviernoʼ fue un proyecto no planeado. En realidad, yo estaba escribiendo otra historia, concretamente la que constituye la segunda parte de mi segundo libro, ʽLa ciudad felizʼ, y al tratar de cerrarla, sólo se me ocurrían relatos. Luego los junté y me di cuenta de su unidad. De que tenía un libro. El cuento ʽCabeza de huevoʼ fue el más fácil y al mismo tiempo el más difícil de escribir. Me salió de una sentada la parte de la historia que va desde el principio hasta que las niñas conocen al ciego. Ahí me paré, y transcurrieron seis meses hasta que escribí de otra sentada lo que ocurre a continuación. En ese parón hubo una censura, no porque me resulte difícil escribir salvajadas, sino porque me di cuenta de que yo estaba disfrutando como una enana con la crueldad extrema de la historia. Eso me dio miedo. Estaba disfrutando exactamente igual que esas niñas, y de una forma que no era nueva, sino que venía de mi infancia y de mi preadolescencia, cuando me asomaba por primera vez a lo que era tener poder, en especial poder sexual. Siempre me ha parecido que el poder genera una confusión sobre sí mismo, pues en la medida en que es poder, parece no tener límites para tornarse arbitrario. Sin embargo, la arbitrariedad lo destruye. Ahí es donde se descubre, o al menos eso creo yo, que el verdadero poder se comparte. No es para uno mismo, ni está al servicio de la destrucción, pues si genera destrucción, eso se le vuelve en contra. El ataque no es ninguna defensa: sólo genera más ataque. El caso es que en ʽCabeza de huevoʼ la perversión del poder se desarrolla a través de la rabia y el capricho. Clara, por un lado, se venga del mundo adulto. De lo que ve. De la debilidad. Es un personaje que no soporta la debilidad. Ella considera que de ahí vienen todos los males. Por otro lado, experimenta con el poder, y lo hace de forma arbitraria y a lo bestia.
Foto: Elba Fernández