Tengo que reconocer que si a mí me hubieran masacrado públicamente y de forma sistemática como han venido haciendo contigo, estoy segura de que yo también sacaría mi faceta más petulante (que la tengo, como casi todo el mundo) y diría tonterías como las que has dicho para defenderte y que tanto se han criticado. Pero no es tu supuesto atractivo físico ni tu saneada cuenta corriente. Ni siquiera el pedazo de novia que tienes y que más de uno invitaría a cenar si pudiera. No, no son todas esas circunstancias que nadie te ha regalado y te has currado a pulso. Sí, también la tableta: solo a base de un duro trabajo en el gimnasio se puede llegar a lucir ese cuerpo serrano. Es tu carisma de campeón imbatible lo que algunos no pueden perdonarte.            

La envidia es uno  de los peores pecados capitales que nos aquejan a los españoles. Si fueras francés, habrían erigido un monumento en tu honor en el Bois de Boulogne. O junto al Louvre. Pero eres portugués y, para tu desgracia (en lo que se refiere al reconocimiento que mereces), juegas en el mejor equipo del mundo.            

Confieso que no soy una hincha de las de bufanda al cuello, ni de las de gritar hasta quedarme afónica cuando el Madrid o la Selección marcan un gol, pero tengo que reconocer que disfruto lo indecible viendo tus carreras de gacela sobre el campo y la magia que desprende tu juego. ¿Que quieren que además seas humilde? Para empezar, que no te machaquen, que todos sacamos las garras cuando nos someten a un trato vejatorio. En cualquier caso, digas las tonterías que digas, Cristiano, seguirás siendo un crack, formado de la misma pasta que los dioses. Y como a tal, se te perdona todo. Hasta tu prudencia a partir de ahora.  

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