Caminamos sin hablar. Estoy azorada. Por lo de «no quiero que te canses». Por si lo ha entendido mal. Es tan difícil expresarse bien, utilizar las palabras adecuadas, el tono pretendido. Le he soltado eso de «los limones los llevo yo» porque le he visto demasiado dispuesto y no quería aprovecharme. Y porque no se me ha ocurrido otra cosa.
Pero podría pensar que lo necesito con toda su ‛potencia’. ¡Ja! Va listo: aún no lo he hecho y solo lo haré cuando la relación sea císnica. Después de tantos años de monotonía, no voy a estropear el momento presente ―mágico al fin― haciendo tonterías. Me siento como si acabara de renacer y oportunidades así solo se nos presentan una vez en la vida.
«¿Cómo te llamas?», me pregunta.
«Deg ―le respondo―. ¿Y tú?»
«Yow.»
Vaya nombre más raro. Él también es raro. Cabeza de calabacín (grande). Y todo lo demás pequeño. Los ojos, la nariz, la boca. Tiene los ojos achinados. Su cuerpo también es especial: delgado y flexible: parece un dibujo animado vivo. Lleva el pelo corto, peinado hacia atrás, y se le ensortija un poco. A mí me gusta mucho, este chico, pero no creo que tenga éxito con las chicas. ¡Espero que no lo tenga!
Entramos en le portal. Si intenta algo, le doy con los limones. Eso pienso. Sonrío. Porque el «eso pienso» lo utilizaba mucho Nino, el protagonista de
‛Después de Rita’, una novela genial que acabo de leer. Me la ha prestado Salvador, un escritor calpino que hace un par de semanas me dedicó uno de sus libros.
Me gusta Calpe. Estoy de vacaciones, sí, pero me gustaría quedarme para siempre. ‛Eso pienso’ mientras subimos las escaleras. Claro que hay ascensor, pero el tiburón no quería entrar. Me detengo delante de la puerta. Miro a Yow, que enseguida pone cara de pito. Se le da muy bien poner caras raras. Nos conocemos cinco minutos y ya ha puesto tres o cuatro. No sé muy bien lo que intenta transmitirme, pero me hace reír (o sonreír). Tal vez solo busca eso: arrancarme risas (o sonrisas).
«El coleccionista de risas (o sonrisas).»
Ahora me pregunto: ¿tengo bastantes registros como para coleccionarlos?, ¿debería concebir algunos más?, ¿me río y sonrío bien o debo perfeccionar mi técnica?
Sacudo la cabeza y entramos. Preparo limonada, nos servimos un vaso y guardamos el resto en la nevera. Pongo música. Los ‛Cien años’ de Prolýmbux. Una canción que me persigue. O tal soy yo quien va tras ella. Yow empieza a bailar. Baila sin bailar. Sin moverse. Vale, sí se mueve, lo estoy viendo, pero nadie más lo advertiría: los demás mirarían y remirarían sin reparar en un baile que él baila para sí mismo.
Me pongo a bailar con ‛mi chico’. Nos reímos. Bailamos y reímos. Cuando empieza ‛Prefiero huir’, cambiamos el estilo. De repente, inesperadamente, me
coge por la cintura y bailamos pegados. Pero enseguida me acuerdo de Sergio Dalma y ―poniendo cara de asco― le doy tres empujones.
«Ven aquí, chaval.»
Qué risas, qué flipada, qué mimos, qué calidad. Le suelto un «te quiero» y me replica que él más. Y en ese momento aparece mi padre (de ahora en adelante ‛el Sigiloso’), que ha entrado sin tocar. Mi hermano (de ahora en adelante el ‛Chivato’) va tras él, y, nada más verme, grita:
«Ahí está».
Me siento morir. ¿Acaso ha estado siguiéndome, ese enano chivato? Porque es la primera vez que salgo con un chico y ya me han pillado. El ‛Sigiloso’ se encara con Yow. No sé qué le está diciendo, mi cabeza está ocupada con asuntos más importantes, pero colijo que le está echando. Miro a ‛mi chico’ y descubro una sonrisa burlesca que me sorprende y complace: el ‛Sigiloso’, más que amedrentarle, le da risa. Acaban de ‛conocerse’ y ya le ha calado, ya sabe que es un payaso.
Me siento crecer. Al lado de Yow soy otra. Mi momento ha llegado y no dudo en pedirle:
«Sácame de aquí, Yow. Vámonos. ―Y como no reacciona―: No puedo respirar. Chíflate por mí. Fuguémonos. ―Y como sigue sin reaccionar―: ¡Chaval!, despabílate por mí».
Y entonces mi padre y mi hermano se ponen a gritar, y tratan de cogerme, pero Yow los empuja y salimos corriendo, chocando, riendo, lamiendo nuestra libertad.
Ya en la playa, le beso, le miro, pregunto:
«¿Me mimarás?».
* Si te has perdido los capítulos anteriores, puedes bucear en esta entrañable Barricada Cultural o leerlos de un tirón en:
sacamedaqui.blogspot.com