lunes, 5 de mayo

Ciudad Real

Visita nuestra página en Facebook Síguenos en Twitter Síguenos en Instagram Síguenos en YouTube
Buscar
Logotipo de Ciudad Real Digital

Barricada Cultural

 

No habrá paz para los malvados

por Mercedes De Miguel González

Imprimir noticia

El hecho que presencié me amargó el día y el resto de las vacaciones. No podía ser todo tan bonito: sol, playa, golf y tapeo con los amigos. A lo largo de mi período de descanso estival había conseguido evadirme de todo un año de trabajo duro y estresante.

Pero siempre tiene que haber alguien que dé la nota discordante y eche por tierra esa relajación, recordándonos que el mundo lo pueblan gentes de buen corazón y también indeseables de la peor calaña.

Después de las noticias terribles de tantas muertes producidas por la violencia doméstica durante este mes de agosto (imposible olvidar el asesinato a sangre fría de dos niños por parte de su padre), se imponía inspirar profundamente y arrinconar con egoísmo en nuestra mente hechos luctuosos y dramáticos que no estaba en nuestra mano prever ni solucionar.

Pero el mal está por todas partes y es imposible eludirlo.

Después de embocar la bola en el hoyo 13, y mientras mis compañeros de partida se dirigían al 14, entré en la caseta del WC. Al salir, algo llamó mi atención. Era un vehículo que llegaba, frenando estrepitosamente junto al hoyo 9, a unos doscientos metros de mi campo de visión. No un buggy, sino un coche, algo inusual en un campo de golf. Me quedé clavada en la puerta del baño, puesto que mis neuronas detectaban algo anormal en ello. La secuencia fue muy rápida: un padre y su hijo (de unos 8 años, a juzgar por su estatura) se bajaron del mismo e hicieron ademán de beber agua de una fuente. Al pronto, un perrillo de pequeño tamaño y color canela, que portaba collar, también descendió del vehículo entre alegres ladridos. En ese momento tuve que haber hecho caso a mi intuición y correr hacia ellos. Si era cierto lo que sospechaba, al menos podría haber tomado nota de la matrícula y denunciar el abandono al SEPRONA. No tuve tiempo. En cuestión de segundos, el padre se introdujo de nuevo en el coche, apremiando al niño, que remoloneaba un poco, para que lo hiciera también. Escuché claramente a aquel decirle: “¡Corre, corre!”. Y entonces ya no me cupo la menor duda. Grité con toda la fuerza de mis pulmones: “¡Hijos de puta!”.

Mientras el utilitario hacía maniobras en el estrecho camino asfaltado, el perrillo ladraba desaforado (“¡Eh, que os olvidáis de mí!”).

Desde la distancia a la que me encontraba, no pude apreciar el desenlace: solo vi al animal seguirlos, completamente estupefacto, y luego… la nada.

Me represento la escena familiar previa: la madre decidiendo que el perro (tal vez un cachorro) no podía continuar en casa porque mordía los muebles y se hacía pis, ya que no lo habían educado. Y al padre obligando al hijo a acompañarle a cometer un acto tan detestable como supone abandonar a un animal que confía en ti. Ni siquiera tuvieron la decencia de llevarlo a una protectora, seguramente porque allí hacen preguntas acerca de los motivos que impulsan a alguien a comprar o adoptar un perro para luego dejarlo tirado, y les resultaba incómodo contestarlas. Mucho mejor el anonimato, claro que sí.

Ese hijo puede que crezca odiando a su padre, y hará bien. Y ese padre puede que crea que hizo lo que tenía que hacer, porque al fin y al cabo el perro le estorbaba y ya se buscaría la vida por ahí, que para eso es un animal sin sentimientos ni derechos.

Yo lo único que les deseo a ellos es que el sueño de cada noche de cada día de su vida sea una auténtica pesadilla.

Que nunca haya paz para los malvados.

 

Foto: unidogs.es