El universo tiende a establecer la energía uniformemente, es decir, a maximizar la entropía. Según este principio de la termodinámica y aplicada a las ciencias sociales, todos los sistemas tienden al equilibrio, al mayor grado de desorden, a la mayor entropía. Por el contrario el orden es un estado con baja entropía y la tendencia natural del sistema ordenado será, desordenarse. Cojamos un vaso y lancémoslo contra el suelo, lo más probable es que se rompa en mil pedazos. Ahora, cojamos esos mil pedazos y lancémoslos contra el suelo, lo más probable es que no se reagrupen formando un vaso.
Pese a esto y puesto que los vasos no son quienes establecen las normas, sino las personas, el orden es un estado muy atractivo parar la sociedad. Parte en la Revolución Industrial, donde la eficiencia de las máquinas se propaga como ejemplo de efectividad según el modelo taylorista de orden y control. Aunque mucho antes fueron los dogmas religiosos quienes difundieron la tesis del orden social como dogma místico. Si eres desordenado, de una manera u otra, tendrás problemas. Y si además eres inadaptado, lo más probable es que tu reino no sea de este Mundo.
Ahora bien, no todo en el caos y el desorden es negativo, voy a citar sólo dos ejemplos (y les aseguro que hay muchos) sobre personajes ilustres que fueron caóticos. Uno de los ejemplos más gráficos era la mesa de escritorio de A. Einstein, era un caos absoluto. En alguna ocasión defendió públicamente el desorden con afirmaciones como ésta: “Si una mesa abarrotada es síntoma de una mente desordenada, entonces ¿qué debemos pensar de un escritorio vacío?”. Otro ejemplo ilustre era Jean Piaget, quien sentenció: "Pierdo menos tiempo buscando algo cuando lo necesito que ordenando todos los días".
Psicólogos, sociólogos y docentes se preguntan cada vez con mayor preocupación por qué una persona es desordenada. Teorías al respecto hay varias y todas coinciden en una cosa, que existen personas que no necesitan tener el control sobre el entorno y prefieren improvisar sobre la marcha y otros en cambio, son demasiado perfeccionistas y piensan que no disponen de tiempo para tenerlo todo controlado con lo que, paradójicamente, la desidia acabará por imponerse.
El desorden y el caos están asociados a la creatividad, la adaptación y al ahorro energético. Una persona excesivamente controladora y ordenada consume mucha energía en ordenar, se adapta con más dificultad a los cambios puesto que son más rígidas y lentas, tienen que seguir protocolos establecidos y los cambios suelen ser lentos y pequeños. Si además, tiene que luchar contra la tendencia natural del universo que no es otra que “los sistemas tienden al caos”, la energía necesaria para alcanzar el orden absoluto es pues, infinita.
Así expuesto esto parece una apología del caos y el desorden, pero no es del todo así. Abrahamson y Freedman (2000) sitúan el punto medio en lo que denominan “desorden óptimo”. Ese punto intermedio donde se mezclan orden y desorden por igual. Es el estado ideal para ser innovador, dinámico, para avanzar y no quedarse anquilosado. El ser humano es un sistema abierto, que se rige por las reglas de la termodinámica y su aplicación a las ciencias sociales, por tanto, el caos y el desorden son tan positivos como el orden y el control, el ideal es mantener un justo equilibrio entre ambos.
Por tanto, los extremadamente desordenados están a la misma distancia del punto óptimo que los extremadamente ordenados, podemos afirmar que incluso, más armoniosos con la tendencia universal.