Quien se acerque a este artículo esperando un análisis profundo del “tema catalán” está bastante desorientado, no tengo ni ganas ni suficiente información para afrontar ese aburrido reto. Aparte, estoy más harto del susodicho tema que del toro de la Vega. Eso sí, me sitúo en las antípodas del pensamiento del “sobrao” de Sabina (yo aún vivo por debajo del bien y del mal; también es verdad que no lleno las Ventas), y me preocupa que un territorio, por pequeño que sea, se separe de España.
Qué sí, que ya lo sé señor Rajoy y corte pepera, eso no puede ser y además es imposible, según la Carta Magna. Y usted, señor Mas, no sea “pesao”, que la “supuesta” legitimidad democrática y popular no es legitimidad constitucional. Yo, ante todo quiero llamar la atención en una cosa. Con independencia (nunca mejor dicho) de la bondad de las razones de unos y otros, este proceso supone la derrota de la política. No ya de la convivencia y las relaciones sociales, que dependen, a Dios gracias, de los ciudadanos, y no de esa “casta” representada por el vituperado (con razón) gremio político, que lo único que ha hecho con sus palabrería hueca, enferma y patriotera (ambas partes, catalanistas y “españolísimos”) es confundir el mensaje y meter veneno al españolito de a pie.
Está claro que el ordenamiento está para imponerse en estos casos, pero los políticos también deben cumplir su papel “social”. Los líderes de uno y otro bando han hecho gala de la más absoluta irresponsabilidad y de una nula altura política, uno enroscado en la cerrazón del discurso independentista, y el otro tirándose a la bartola del Estado de Derecho. La política es negociación, diálogo, intercambio dialéctico, elocuencia, y los problemas en política se superan, pues eso, hablando, y no presentando recursos de inconstitucionalidad ni aprobando unilateralmente leyes que conceden facultades para las que no eres competente.
Hace relativamente poco escuchaba con atención las palabras de uno de los pocos políticos íntegros aún vivos, Pepe Mújica, presidente de Uruguay. Comentaba desconsolado el ínfimo nivel de los líderes europeos actuales. Tuvo la oportunidad de conocer y conversar con Merkel y compañía aprovechando cierta cumbre internacional, y quedó espantado. El panorama mundial es en general desalentador (involución de la democracia, avances de los extremismos populistas, cambio climático, crisis económica y del sistema financiero galopantes, desempleo) y más desalentador es el nivel de los que nos rigen, seres grises, perfectos autómatas anodinos y mediocres muy lejanos a aquel tipo con puro que pedía a su pueblo “sangre, sudor y lágrimas.”