martes, 13 de mayo

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Barricada Cultural

 

El rey de la selva

por Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

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Hace poco hemos cambiado de rey en España, así que toca hablar de reyes, pero no de Borbones ni de Austrias, hablaremos de la arbitrariedad con la que se califica a alguien como rey o reina en alguna materia o realidad. Centrémonos. Por ejemplo, por qué razón consideramos impepinablemente al fútbol como deporte rey. Vale que el cincuenta por ciento de la información de los telediarios esté copado por este antaño glorioso deporte, vale que los jugadores anuncien champús, helados y trajes de afamadas marcas, en fin vale que el fútbol nos salga por las orejas, ello para mí no justifica su condición de deporte rey.

Por cierto, si al menos las noticias  sobre fútbol versaran sobre fútbol, es decir tácticas, sistemas, etc…, y no sobre trifulcas intestinas en el seno de los equipos, chismes y demás salsa rosa, sería relativamente respetable. Pues mira por donde yo discuto este tópico, y en estos días en que se ha disputado la copa del mundo de baloncesto, con él me quedo como nuevo deporte rey (por cierto, no haré declaraciones sobre el papel de la selección española, no está el horno “pa’ bollos”). Finales como el del partido de octavos entre Australia y Turquía justifican mi elección. La selección oceánica casi tenía el pase a cuartos en el bolsillo, pero entonces surgió la figura de Preldzic, que se echó el equipo a la espalda y clavó dos hermosos triples como dos puñales en el corazón de los australianos. Yo no quiero imponer al baloncesto como deporte rey, para mí lo es, como para otro ser humano será el badminton, por qué no. Es una cuestión absolutamente subjetiva y nada  categórica

Pero hay más reyes impuestos en la Corte. Por qué el león como rey de la selva, ese animal tan perezoso, que ni siquiera es capaz de buscar comida para el sustento de su prole y se pasa el día fornicando y sesteando. Mis leones favoritos son los de San Mamés, que conste. En la sabana yo me elijo al tigre, como animal más bello y regio.

¡Ojo!, que también hay reinas. La primera, “la reina de las fiestas”, que a muchas feministas les parecerá un apelativo machista. A mí simplemente me parece hortera y arcaico. Reinas agasajadas por pizpiretas damas de honor, delfinas encubiertas deseosas del trono. La ficción nos ha dado asimismo reinas. El cine, a la reina de África o a la reina Kelly, que encarnara la mítica Gloria Swanson, y la literatura una reina terrible, ejemplo de nepotismo, la reina de corazones de “Alicia en el país de las maravillas” El grado de reina ha tenido siempre una pátina de virtud, de pureza (la de la impoluta reina Victoria, por ejemplo). Aquello de identificar al rey o a la reina con lo más excelso, a mi juicio no se acomoda al sistema de valores actual y puede ofender a nuestros colegas republicanos. Lo cierto es que no está el parque como para ensalzar la figura real. Con el tiempo, los reyes han pasado a ser seres mortales y no seres divinos, como dictaba el antiguo régimen, aunque subsiste ese cliché que identifica al rey o a la reina como “lo excelente” en alguna habilidad o campo.

Vuelvo al debate inicial, como detractor declarado de etiquetas universales, a saber al servicio de qué intereses espurios o no espurios, me rebelo contra aquélla que ordena que el fútbol sea deporte rey o el león el rey de la selva, y lo dice un servidor, que en cuestión de monarquías se queda con el valioso título de rey del mambo, porque el de “rey de las camas” ya me lo arrebató Lorenzo Lamas.