Bajo este título tan definidor y sugerente se presenta la obra de teatro que se estrenó hace ya unos meses en el Teatro Español de la capital y que continúa su andadura imparable y exitosa por toda España. Yo tuve el gusto de presenciarla el pasado día 18 de abril en Pontevedra.
Tres personajes en escena: don Quijote (un inconmensurable José Sacristán), Sancho (interpretado por Fernando Soto con acierto y rigor) y su hija Sanchica (Almudena Ramos, actriz versátil y de amplios registros) recrean las andanzas del ilustre hidalgo manchego y reflexionan sobre la influencia de esa obra maestra de la literatura universal a lo largo del tiempo y hasta la época actual.
El virtuoso violonchelista José Luis López acompaña con sus magistrales acordes cada momento álgido y los sublima.
El humor preside la representación —como no podía ser de otra manera—, pero también obliga al espectador a hacer un serio ejercicio de razonamiento acerca de en qué se ha convertido la raza humana, y lanza la propuesta de convertirnos todos en quijotes, entendiendo por esto una actitud solidaria y valiente, en la que no quepan las medias tintas cuando de lo que se trata es de actuar conforme a los dictados de nuestro corazón y buscar el objetivo último: la justicia. No importa que nos tilden de locos por ello: nuestra conciencia tiene otra opinión al respecto.
Aparte de la magnífica profesionalidad de los actores, el éxito de la obra se debe a la dirección de Luis Bermejo y, por supuesto, aunque no en último lugar, a la dramaturgia de José Ramón Fernández, cuya larga trayectoria profesional ha sido —y es— reconocida con innumerables premios, y al que tengo el honor de considerar amigo mío, además de haber sido mi padrino en la presentación de mi novela La mente del asesino.
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