Mucho se ha discutido y se discute acerca de si los animales tienen alma. Pero ¿qué es el alma? Es, desde luego, algo intangible e invisible. ¿Es sinónimo de inteligencia? ¿Podríamos sostener entonces que algunas personas con un bajo cociente intelectual carecen de alma? ¡Cuántas preguntas! ¡Y cuántas respuestas!

Yo me río cuando se dice que los animales no son inteligentes. Que, en todo caso, lo que poseen es instinto. Ah, pero ¿qué es entonces el instinto?

Inteligencia es la capacidad de discernir, de reflexionar y de actuar ante una situación determinada. Si alguien se atreve a afirmar que un perro, un caballo, un lobo, un gato o, incluso, una hormiga, ¡y no digamos ya un chimpancé!, no puede hacer estas cosas, yo le reto a que conviva con ellos una temporada y decida después si mantiene su tesis.

Como para mí está claro que sí tienen alma e inteligencia, me voy a centrar ahora en una anécdota acaecida hace unos años, que además de afirmar la mayor, añade una cualidad más a su amplio elenco de talentos: la del sexto sentido.

Mi madre, que es una persona enormemente compasiva con todo ser viviente, adoptó un buen día a un pajarito que se posó en la ventana algo despistado y sin saber adónde ir. La avecilla se encontraba tan a gusto en su nuevo hogar que se permitía el lujo de reconocernos a todos y de no asustarse por nuestra presencia, hasta el punto de que se convirtió en un habitante más de la casa por derecho propio.

Pero hete aquí que su salvadora sufrió un grave accidente de tráfico provocado por un conductor ebrio que la colisionó por alcance en una autopista a gran velocidad. A Dios gracias, y si bien el vehículo fue siniestro total, mi progenitora no sufrió percance físico alguno.

Sin embargo, exactamente en el mismo minuto en el que esto acaecía, el pajarillo murió convulsamente de un ataque de estrés.

¿Percepción extrasensorial? ¿Casualidad?

Ahí lo dejo, para la debida reflexión de todos ustedes.