Esta semana ha habido un gran puente por la fiesta del uno de mayo, y muchos españoles hemos cogido las maletas, la familia, el perro y el coche y nos hemos dirigido contentos a nuestra segunda residencia en un pueblo perdido de la costa o la montaña. Han sido días de reencuentros, de amigos, de fiestas, de barbacoa, y de alguna que otra resaca. Han sido días de paseos, de confidencias, de tertulias interesantes, de discusiones familiares, y de alguna que otra manifestación exaltadora de la amistad. Todo nos ha hecho olvidar por unos días la EPA, la prima de riesgo, la cuota de la hipoteca o la rutina del trabajo, al igual que todas aquellas cosas cotidianas que nos rodean. Pero todo no es idílico, y lo ocurrido este largo puente me ha hecho recordar aquella vieja película dirigida por el gran director de cine Jose Luis Graci "Las verdes praderas" (1979), protagonizada por Alfredo Landa, María Casanova y Carlos Larrañaga, entre otros, en donde se hacía una crítica ácida de la burguesía de la transición española situando la acción en la sierra madrileña.
No es que vaya a quemar la casa de campo como lo hizo el protagonista de la película y recluirme, domingo tras domingo, en mi casa en la ciudad, pero no dejo de reconocer que algunos fines de semana lo pienso, y no es porque me lo pase mal, o porque mi familia me de la lata, o porque mis amigos me carguen, simplemente es que los fines de semana, en teoría, están para descansar, y yo sinceramente los fines de semana termino tan cansado como si hubiese subido al Everest.
Se ha terminado el puente, y acabo de llegar a casa y escribo estas letras, y pienso nunca más. Y, de repente, me entra una paz infinita y me voy a la cama, y entre mis primeros pensamientos, antes de caer dormido, está cuando llegará el viernes para coger a la familia, al perro y el coche y dirigirme a mis verdes praderas.