jueves, 28 de marzo

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Barricada Cultural

 

El testigo que perdió la paciencia conmigo

por Ignacio Gracia

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Os quiero contar una anécdota que es en realidad una expiación sobre algo que quizá no hice del todo bien cuando era más joven. Se refiere a una vez en la que un Testigo de Jehová me mandó a hacer gárgaras (él a mí). Y vaya por delante que tengo en gran estima a la gente que lucha educadamente por lo que cree y respetando a su vez a los demás. Tienen más que mi respeto.

Esto fue hace unos veinticinco años en mi pueblo. Nos abordó un señor bien vestido a un par de amigos y a mí y empezó a preguntarnos que si creíamos que el mundo tiene salvación, y él nos dijo que la salvación estaba en la biblia. Empezó a lanzar algunos argumentos, y automáticamente nos abría la biblia por un sitio que refutaba literalmente lo que acababa de decir. Como un prestidigitador nos pedía por favor que leyéramos el versículo, y parecía especialmente escrito para el argumento actual de la conversación que nos acababa de suscitar. El señor se crecía y con esa especie de truco empezó a parecer un poco arrogante (hoy estoy seguro que no lo pretendía) y un pelín pesado.

Y aquí viene cuando obré mal. No sé si os he dicho que a veces tengo cierta facilidad para intuir qué hay detrás de lo que veo. Y por las manos de trabajador de campo, intuí –supe, mejor dicho-, que ese era un hombre humilde que se había preparado unos temas, muy eficientemente, para argumentarlos con la información literal de la biblia. Por eso le cambié los temas que traía preparados. Ya no era sobre el típico de las transfusiones, que por cierto acababa de salir y también encontró respuesta en un párrafo contundente de la biblia.

Le pregunté que sobre a qué biblia se refería. Él ya estaba preparado para contestarme entre las diferencias entre la suya y la “nuestra”, pero le hice el requiebro: “No me refiero a eso. Hablo de si es uno de los textos oficiales o hace referencia a los evangelios apócrifos. Y si se ha parado a pensar de que incluso los textos oficiales (hablo de cualquier biblia) fueron escritos después de muchos siglos de tradición oral e influenciados por la orden de Constantino, que mezcló aquello con la política…” Le comenté que por ejemplo el evangelio de san Lucas no lo escribe el profeta, sino Lucas el Viejo, muchos años después de que sucedieran los hechos. Que si no le parecía razonable que se perdiera algo en el camino.

El señor se empezó a poner nervioso. Y siguió con el argumento primero sugiriendo que “mi iglesia” tenía muchos defectos. Yo le dije que no me había entendido, que estaba hablando exactamente de ello. Que en los apócrifos se habla de la supuesta descendencia de Jesús, si quería incluso polemizar. Y lo más jodido, que para ser redactados, sus y nuestros textos basados en hechos supuestamente refrendados y confirmados en todos los evangelios, la primacía de la cátedra de Pedro (La que otorga al Papa el poder: “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia..”), aparece solamente en UNO de ellos. Eso no lo hubiera pasado un censor de los que habitualmente revisan mis artículos, e imaginen el cambio que hubiera supuesto. Y eso valía para los mismos textos de las dos biblias…

El señor no sabía qué decir, estaba totalmente descolocado. Tragaba saliva. -Bueno, pero no crees en la biblia? -No es que no crea, solo te expongo desde el punto de vista histórico la forma de redactar ese libro que tienes en tus manos y que usas tan brillantemente. Que igual se debe interpretar, no creer a pies juntillas...

Empezó a bufar y mirar a todos lados, negando con la cabeza. Mis amigos nos miraban a uno y otro alternativamente, como en un partido de tenis, divertidos. Al final se encaró conmigo, enfadado o peor, desesperado y me espetó: Bueno, ¿Pero tú en qué crees?

Yo le respondí sin parpadear: “Soy científico: Creo en los principios de la termodinámica”.

El señor dio un respingo y abrió mucho los ojos y la boca. No decía palabra alguna, y empezó a temblar. No entendía nada. Lo peor era que sabía que lo que le acababa de decir no era una broma.

Sudando, con manos temblorosas, abrió la biblia y me miró con dureza cuando se recuperó un poco. ¿Sabes lo que te digo? Esto es lo que tiene la biblia reservado para ti. Me hizo leer el texto que tenía como último recurso, con el que se manda a paseo a los herejes: “…Y entonces será manifestado aquel inicuo, al cual el Señor matará con el Espíritu de su boca, y con la claridad de su venida lo quitará: a aquel inicuo, el cual vendrá por operación de Satanás, con grande potencia, y señales, y milagros mentirosos”. Tesalonicenses 2: 8-9.

Después de llamarme inicuo, cerró la biblia y se marchó. No lo volvía a ver. Francamente creo que no me porté bien con él. Por eso le pido disculpas públicamente. Efectivamente, me porté como un inicuo. De hecho algunas veces adivinad con qué pseudónimo he firmado mis escritos…