La niña llora desconsolada.
No hay nada más triste que sus enormes ojos azules llenos de lágrimas.
Nada en el mundo parece que le pueda devolver la sonrisa.
Hermanita le agarra un dedo y se sumerge también en su tristeza y su llanto.
Hay un caballo de porcelana hecho añicos en el suelo. Un segundo, un parpadeo y ya no estaba el juguete que le regaló mamá cuando enfermó de sarampión.
Ningún Dios es capaz de deshacer algo tan sencillo. Devolverle el juguete. Pasar por alto un solo segundo que no debió suceder.
¿Por qué tenemos dioses tan débiles?
El llanto es un río, un océano. Un universo infinito.
Desconsuelo sin medida porque tiene una sospecha atroz.
Acaba de ver a sus pies el primer fotograma del mundo de los adultos.
Y sabe que ya nunca podrá dejar de llorar.
Foto: todocoleccion.net