jueves, 7 de agosto

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Barricada Cultural

 

The wall

por Fernando Aceytón Sorrentini

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Treinta años ya de la caída del Muro de Berlín. Del llamado muro de la vergüenza. De esa cosa tan de la extinta URSS, tan comunista, como es la liquidación de la libertad. He oído mucho estos días hablar del Telón de Acero, pero poco de Comunismo, esa ideología mortífera que nunca descansa, y que, como la energía, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. De ahí que, pese al tiempo transcurrido desde tan magno acontecimiento, todavía nos lluevan cascotes. Como señala el gran hispanista Stanley G. Payne en una reciente entrevista, “el discurso de la corrección política es un nuevo totalitarismo en dos niveles; poder del individuo y poder de Estado que lo determina. El primer y más grave de ellos es el reconocimiento del victimismo. El victimismo divide a la sociedad en víctimas y perpetradores. Victimas políticas, raciales, etc. El separatismo catalán es un claro ejemplo de victimismo. Efecto del discurso de la propaganda. La corrección política es un arma política formidable y genera un conflicto permanente.” En este rollo postcomunista está la crisis del clima y otras causas tan queridas por la Izquierda posmoderna.

Carlos Rodríguez Braun afirma en Expansión que “las tres décadas que han transcurrido han visto resurgir por doquier el descontento político, el populismo y las críticas a la democracia. Nadie propugna el restablecimiento del comunismo, pero la condena al capitalismo es nítida y paradójica. ¿Qué ha sucedido? Presento dos conjeturas. La primera es la eficaz reacción propagandística de la izquierda. Y la segunda es el error de pensar que el Muro era un símbolo político o económico, y no moral……….el error que muchos cometieron de pensar que la democracia liberal ya había vencido, que la crisis del comunismo era un asunto político o económico, y no moral, y que ya no era necesario estar eternamente vigilantes, como aconsejó Jefferson a los amigos de la libertad.”

El profesor Daniel J. Mahoney subraya que “en la caída del Muro se reivindicaba la naturaleza humana y los contenidos morales tradicionales de la vida, el hablar con libertad y orgullo el lenguaje de lo bueno y lo malo, de lo verdadero y lo falso”. No hay que olvidar que las personas que estaban en primera fila eran creyentes o tenían claros principios éticos. Si lo que hoy predomina es el nihilismo o el relativismo moral, eso desde luego no encaja en absoluto con personas como Juan Pablo II, o como Solzhenitsyn, Havel o Walessa.

La cuestión se presenta nítida. Viva la libertad.

Una vez más me la ponen botando. Cambio climático y cocinero estrella. Bonita combinación. Leo una entrevista de ayer (¿por qué se denominan críticos gastronómicos, si no emiten una sola crítica?) de una señora que escribe en un diario con el famoso cocinero Josean Alija, al frente del restaurante Nerua, alojado en el Guggenheim de Bilbao. El afamado chef opina que el cambio climático altera la alta cocina. “Quiero hacer el trabajo por el que se me conoce, pero me enfrento a tener que tomar ciertas decisiones. A día de hoy no sabes cuándo puedes contar con algunos productos y cuándo no. Y es algo que afecta a la cocina de territorio, como es la vasca.” ¿Y qué cocina no es territorial, prenda? Ya estamos a vueltas con el “hecho diferencial”. Estoy aterrado; no ha podido prácticamente ofrecer el chipirón y echa de menos las alcachofas, muy difíciles de conseguir; como las setas. Pero lo que ya me deja desolée es lo del maíz txakinarto. Ha dejado de ser un ingrediente fundamental del pan que los comensales degustaban como un plato más desde hace más de 20 años. No ha llovido lo suficiente, al parecer, y el txakinarto, tímido él, ha decidido no brotar. Una pena. El cocinero habla de fijarse en lo que hacían nuestros abuelos, que comían más sano y mejor que nosotros, pero propone platos tales como pochas con verduras encurtidas, quisquillas con coliflor y salsa de sus huevas y percebes a la brasa con lechuga y maíz. Y todo así. De 85 a 170 pavetes, sin vino.

El vino recomendado esta semana es un vino de la España interior. De una pequeña bodega toledana que trabaja la malvasía con destreza. EL Ibicea Malvalías 2017 es un blanco joven lleno de dulzura, Criado sobre lías, es untuoso y goloso. Aromático y con volumen pese a su facilidad de trago. Un vino singular que merece ser conocido y bebido.

Sigan con salud.

 

Foto: project-syndicate.org