Un 26 de Octubre del año 1520 fue declarado emperador electo del Sacro Imperio Romano Germánico el que hasta entonces había sido solo el rey Carlos I de España. Reinado éste que tampoco le pertenecía aún en puridad, ya que era compartido de modo oficioso con su madre, la reina Juana, verdadera titular de los derechos a llevar las coronas de los reinos hispanos, heredadas de los Reyes Católicos.
El título de emperador le llegó tras más de un año de reñida lucha por ceñirse la corona que había dejado vacante su abuelo paterno, Maximiliano I de Habsburgo. A partir del fallecimiento de éste, el 12 de Enero de 1519, Carlos reunió en su persona, además de los territorios españoles, la herencia de los Habsburgo en Austria, y la de su abuela materna, María de Borgoña. La pugna por la Corona Imperial constaba de varios candidatos, pero el principal rival con el que tuvo que lidiar fue el rey de Francia, Francisco I. Esta competición por el Imperio hizo gastar a nuestro rey ingentes cantidades de dinero, que aportaron sobre todo, la siempre sufrida Corona de Castilla, y los préstamos de los banqueros alemanes, como los Fugger y los Welser, entre otros.
Sin embargo, hasta una década más tarde, en 1530, no sería coronado oficialmente por el Papa, entonces Clemente VII, que se había convertido en su aliado. La coronación tuvo lugar en Bolonia, el propio día del cumpleaños de Carlos, un 24 de Febrero.
Los asuntos de la causa imperial a menudo apartaron al monarca de sus reinos en España, convirtiéndolo en un permanente viajero, al servicio de la Cristiandad. Sus principales caballos de batalla como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico fueron la defensa de Europa y del Catolicismo, lo que le llevó a guerrear contra los turcos otomanos, así como posteriormente contra los partidarios del recién nacido protestantismo. Tuvo que vérselas también en numerosas lides con el celoso rey francés, Francisco I, siempre al acecho para minar su autoridad y arrebatar territorios a sus dominios. Una espina clavada en el corazón de Carlos fue el territorio borgoñón, anexionado por Francia a la fuerza en 1477, y que nunca logró recuperar.
Carlos I de España, y V de Alemania abdicó en 1555, cansado de tantos frentes, profundamente conmocionado por no haber podido frenar el acoso protestante, y garantizar así la unidad de la Cristiandad. El gobierno del Sacro Imperio Romano Germánico, por el que tanto había luchado, lo cedió a su hermano menor Fernando, y los reinos de la Corona española, junto con las Indias, fueron para su hijo Felipe.
Vivió sus últimos años retirado en el monasterio de Yuste, donde llevaba una vida discreta y tranquila, sufriendo de innumerables problemas físicos. Su fallecimiento se produciría el 21 de Septiembre de 1558, víctima del paludismo, posiblemente contraído por la picadura de un mosquito, y otras complicaciones en su estado de salud.
Tras de sí quedaba un más que digno desempeño de sus cargos, y un fuerte sentido del deber y de la dignidad, que habían sido manifiestamente heredados por su sucesor Felipe II, el Rey Prudente.
Después de la abdicación de Carlos V, la Historia del Sacro Imperio Romano Germánico, ya sería otra historia, muy distinta a las convicciones de nuestro protagonista. Pero como dije, ésa ya es otra historia.
¡Nos leemos!
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