No soy de leer periódicos de los que se compran masivamente en España, -me estoy refiriendo a Marca y a As por desgracia- por dos razones de peso. La primera es porque la calidad de la redacción de los artículos deja bastante que desear, cosa bastante generalizada y que hace que haya pocas cosas que merezca la pena leer incluso a nivel de prensa nacional. Entre las buenas destaco con orgullo las contribuciones culturales de este medio (no las mías), milagrosas por su nivel y por ser gratuitas y basadas en la franca amistad al homérico que presenta el cine. Algún día leeréis sobre ello, es una buena historia, pero de otro día. La segunda de las razones por las que no leo prensa deportiva es que sólo se habla de futbol, relegando al ciclismo y a otros deportes en los que somos campeones mucho antes de la estrellita de la roja a las últimas páginas, con suerte. Pero el dinero manda, “ávida dollars” que dijera Dalí; toca fastidiarse y comer con las orejeras puestas del pesebre mediático en el que nos encontramos sumergidos.
Por eso cuando leo un artículo de ciclismo me abalanzo sobre él, sobre todo si habla de el de tiempos pasados, de aquella época en la que este deporte era una aventura. Tal fue el caso del sábado, donde se citaba una anécdota de Jesús Manzaneque, uno de dos famosos hermanos corredores manchegos. Se contaba en la página que en una Vuelta a España tuvo que cambiar de equipo justo antes de la salida, porque los del suyo llevaban muchos meses sin cobrar, y los masajistas y el equipo técnico decidieron llevarse el coche oficial con todo el material como pago por los atrasos. Se acabó el equipo. Esto me hizo acordarme de las historias que contaba y de la apuesta que el otro hermano, Fernando, perdió con mi amigo Asterio.
Fernando fue un corredor de aquellos tiempos legendarios que os decía. Pese a ser gregario, logró algunos triunfos, destacando una etapa del tour de 1967. Fue un corredor marcado por la posguerra y por el hambre, con un instinto de supervivencia que le hacía conocerse todos los atajos, todas triquiñuelas de esta profesión que posiblemente es la más dura del mundo. Coincidía con mi amigo en un bar, y desde su modesto retiro, entre botellín y botellín, le contaba historias de otros tiempos, de las que se imaginan en blanco y negro. No os podéis hacer idea lo que era ser gregario en aquella época. Decía que después de las etapas de montaña, les tenían que subir los masajistas en brazos por las escaleras del hotel –sin ascensor claro-, o que les quitaban los espejos de las habitaciones para que no pudieran ver la pinta que tenían después de aquellos viacrucis de 250 km.
Durante el final de las ascensiones, después de ejercer de aguador, usaba todas sus dotes de orador para conseguir un trago cuando andaba seco: “Dame agua”, espetaba a bocajarro a cualquiera que tuviera al lado. Bahamontes nunca le dio agua, era un profesional de otro equipo y no estaba obligado; pero comentaba que Eddy Merck si compartió su bidón con él en un puerto bajo un sol infernal, lo que acabó en una amistad que se mantuvo durante muchos años en forma incluso de puntuales felicitaciones navideñas. Por carta, os he dicho que hablo de otros tiempos, esto es lo que más les extrañará a los jóvenes.
Pues mi amigo le comentó hace unos diez años que se había comprado una bici en una tienda de Ciudad Real. Le preguntó el precio, y casi se le atraganta el botellín cuando se lo dijo, unos 1800€, creo que fue todavía en pesetas. “Te han engañado, es imposible que valga eso una bici”. Imaginaos el viejo ciclista al que le salieron los dientes viendo a corredores del Tour arreglarse en fraguas bicis de hierro, o correr por premios como un jamón o un saco de judías. Adivinad el medio de transporte para ir a los pueblos a más de 50 km, digamos que traía puesto el calentamiento. O dónde cargaba el premio del saco de arroz los 50 de vuelta. La barra de la bici tiene más usos de los que imaginaríais los jóvenes.
Pues se apostaron una comida. Fernando contactó con un sobrino que regentaba una tienda de bicis para que le diera idea actualizada del precio del material moderno. Cuando se volvió a ver con mi amigo tuvo que reconocer a regañadientes que ese era el precio, pero su instinto de corredor le hizo decir a mi amigo que técnicamente no había ganado la apuesta, porque su sobrino la tenía 50€ más barata. O sea, que se apuntaba a la comida pero que cada uno pagaba lo suyo. Mi amigo aceptó el engaño y pagó además con gusto las copas de después de la comida con aquella leyenda. ¿Os he dicho que era un gregario de los de antes?
Foto: ampforo.inforos.com