El trabajo de los bomberos no consiste solo en apagar fuegos (que no es poco), sino también en salvar vidas en su concepto más amplio. En aras de esa misión, no dudan en rescatar a un gato que se ha subido a un árbol y no sabe cómo bajar, a un perro que se ha caído a una alcantarilla, e incluso a los pájaros que quedan atrapados tras las mallas que protegen los edificios en obras.
Esto es algo habitual y creía que todo el mundo era consciente de ello. Por eso me sorprendió tanto el otro día leer el comentario de un usuario de una conocida red social en el que se hacía cruces porque los bomberos hubieran liberado a una rata que había quedado enganchada en una rejilla. Una vez excarcelada, un grupo animalista se tomó también la molestia de intentar salvarla mediante antibióticos, aunque finalmente la pobre “Griselda” (nombre con el que la bautizaron) falleció. El comentarista e iniciador del hilo no daba crédito. Para él era una auténtica locura. Para mí, un hecho bonito (pese al desenlace) que permite albergar cierta esperanza de que los seres humanos no somos tan aborrecibles como a veces nos empeñamos en demostrar.
Si existen las ratas (animales extremadamente inteligentes por los que siento el mayor de los respetos), es porque son necesarias. Todos somos necesarios en esto que llamamos Mundo, y estamos condenados a convivir los unos con los otros, con independencia de la especie a la que pertenezcamos.
Aunque no el único, el Cuerpo de Bomberos, con su abnegación, generosidad y heroísmo (que en no pocas ocasiones se cobra vidas), es un claro ejemplo de ello, y desde aquí quiero rendirles un sincero homenaje.
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