viernes, 19 de abril

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Barricada Cultural

 

Supersonic

por Fernando Aceytón Sorrentini

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Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, el Concorde, cuyo primer vuelo tuvo lugar en 1969, supuso la cumbre de la recuperación económica y tecnológica de la vieja Europa. El invento del consorcio franco-británico Aérospatiale-BAC Concorde era lo más de lo más de la aviación comercial de la época; una virguería, una maravilla tecnológica, una máquina del futuro capaz de cruzar el Atlántico entre París y Nueva York en tres horas y media. Hablamos de una época, que hoy parece tan lejana, en la que viajar en avión, pese a no resultar excepcional, no estaba al alcance de cualquier mochilero de aerolínea de bajo coste. Piensen Uds. que por aquel entonces la gente se vestía bien para viajar en un vuelo comercial corriente. El Concorde venía a significar lo más de lo más en aquella época. Los costes de desarrollo y explotación, gigantescos, lastraron su carrera desde el principio; el precio del vuelo, el alto consumo de combustible y las normas anti-contaminación acústica le fueron arrinconando. El accidente del vuelo 4590 de Air France en París el 25 de julio de 2.000 en el que perdieron la vida 113 personas (109 en el avión y 4 en tierra) le apuntilló. Fue retirado del servicio en el año 2003.

“Concorde era más que un avión o una experiencia de marca, era la encarnación de una idea, que a través de la innovación, la aspiración y la inspiración, lo imposible podría lograrse. Fue concebido en una era en donde el cielo ya no era el límite y la tecnología y la creatividad eran la respuesta a todo. Hasta este punto, el diseño era fundamental en la experiencia de vuelo en Concorde, ya que cada detalle, todo lo que un pasajero encontraba, estaba imbuido de este concepto y espíritu de elegancia y ambición”, explica Lawrence Azerrad, el autor de un elegantísimo libro, Supersonic, editado por Prestel, dedicado a esa maravilla técnica y del diseño contemporáneo que es el Concorde.

Como señala Rafael Ordóñez, “Azerrad ha creado un libro en el que recoge todos esos detalles de diseño que tenían que acompañar la idea de los viajeros de estar viajando en un ingenio técnico único. El avión era tan notable desde el punto de vista técnico y estético que obligaba a las aerolíneas que lo operaban a crear entornos integrales y sistemas de marca que se mantuvieran al mismo nivel que el avión. Y recurrieron a los más prestigiosos diseñadores del siglo XX: Roger Excoffon, Raymond Loewy, Pierre Gautier-Delaye, Andrée Putnam, Sir Edwin Hardy Amies (modisto de Isabel II), Terence Conran, Landor Associates o Newell & Sorell.

El avión es de una belleza atemporal. Hay ejemplos claves de la arquitectura y el diseño de la época del jet impregnados de ese mismo espíritu entusiasta futurista, como la terminal de la TWA en el aeropuerto JFK de Nueva York diseñada por Eero Saarinen, pero conservan el estilo del tiempo de donde vinieron. El Concorde sigue siendo exquisitamente futurista”.

Para Lawrence Azerrad “el Concorde era una visión de nuestro futuro desde el pasado. Una idea utópica de que el transporte supersónico era el siguiente paso lógico para los viajes de todo tipo.”

Espero que la obra sirva para que el gran José Luis Vázquez vea picada su curiosidad y pruebe a separar sus pies del suelo.

El vino de la semana es un Champagne bueno y barato. Ideal para este tiempo veraniego. Laure D’Echarmes Brut. De la bodega Champagne Gruet. Pinot Noir, Chardonnay y Meunier. Redondo, floral y muy equilibrado. Extraordinaria relación calidad-precio. 18,90 euros.

Sigan con salud.

 

Foto: idealista.com