miercoles, 24 de abril

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Barricada Cultural

 

El abogado del diablo

por Mercedes de Miguel González

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Trato de ser ecuánime y de encontrar puntos de encuentro entre posturas aparentemente irreconciliables. Sin embargo, hay veces en las que un acuerdo resulta imposible porque las partes en conflicto niegan al contrario la menor credibilidad y rechazan escuchar los argumentos que podrían llevarles a entender, al menos en parte, sus razones.

No me dedico a la mediación, tampoco soy abogada (aunque podría serlo porque soy licenciada en Derecho). Aparte de escribir novelas, mi profesión es la de procuradora de los tribunales.

Pero no siempre fue así. En honor a la verdad, tengo que reconocer que hace años (muchos años) era radical en mis planteamientos y creencias. Yo tenía mis ideas y punto. Y el que no comulgase con ellas, sencillamente estaba equivocado. Tengo que entender, por lo tanto, que he evolucionado. Los años me han otorgado otra perspectiva de las cosas, y también me han permitido juzgarlas con más humildad, respeto y tolerancia. Asimismo, las veo como hechos en los que concurren circunstancias que, a menudo, no las vuelven blancas o negras. En medio de todas ellas hay una gama de colores que permiten mil matizaciones.

Y es esta actitud la que me obliga muchas veces a hacer de abogado del diablo cuando me enfrento a posiciones extremas con las que, a lo mejor, en el pasado podría haber comulgado.

Por supuesto, sigo manteniéndome firme en el rechazo de algunos temas que considero innegociables, y que, resumiendo, reduciría a tres: el aborto (con alguna matización), el terrorismo y el maltrato animal. En ellas siempre interviene un tercero que resulta ser, a la postre, la víctima. Por eso no puedo, ni podré nunca, mostrar la menor debilidad en mi postura respecto de ellas. Pero hay otras que atañen única y exclusivamente a la esfera privada de los individuos, y ahí es donde me muestro más respetuosa con ellos y más beligerante con quienes pretenden negarles sus derechos.

Esto me trae a colación el tema de la fiesta del orgullo gay que se celebra en muchos lugares en primavera-verano. Y me mato por explicarles a los que se muestran tan contrarios a esa fiesta que, si no hubieran sido perseguidos y condenados (en algunos países islámicos, incluso con pena de muerte), esto no tendría razón de ser.

Hace días vi en televisión cómo un padre increpaba a un participante en la manifestación recriminándole que su hijo menor no tenía por qué ver esas cosas. Puede que sean un poco excesivas, y que en cierta manera se ridiculicen a ellos mismos, pero comprendo que es una forma también de echar balones fuera y demostrarle al mundo que, por fin, pueden gritar a los cuatro vientos que son como son, sin temor a ser encarcelados por ello.

Ese padre tampoco podrá ir con su hijo a la playa, porque probablemente se encontrará con algunas señoras en topless, y puede que eso a su hijo lo deje traumatizado de por vida.

Pues bien, señor, evite pasar por ese sitio durante esos días y no ponga a su niño en la dicotomía de sufrir tal trance. No provoque problemas en una fiesta que no es sino una reivindicación y que a usted no le afecta en su vida diaria.

Lo más triste de esto es que ese padre que sufre porque su hijo vea a una drag-queen, lo lleva a los toros, por poner un ejemplo, y le parece magnífico que el niño vea cómo martirizan al astado banderilleándolo hasta dejarlo tan exhausto como para que el matador pueda rematar la faena.

Eso sí que me parece obsceno.

 

Foto: prideful.es