viernes, 29 de marzo

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Barricada Cultural

 

Un estudiante

por Ignacio Gracia

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Se llama Luis. Lo primero que salta a la vista cuando hablas con él es que es una buena persona. Lo segundo, que no es tonto pese a lo primero. Es estudiante. Estudia su cuarta (creo) carrera con 82 años. Así ha sido su vida. De pequeño enfermó de polio y desde entones tuvo que compensar algunas secuelas físicas con su inteligencia y su trabajo, como no podía ser de otra forma al venir de una familia pobre. Y esto es decirlo todo en una España en la posguerra. Desde muy pequeño estudió duro. Fue becado en un colegio de Jesuitas y pudo acceder a una buena formación desde el principio. De esta época recuerda sin rencor que, pese a ser uno de los más inteligentes, siempre estaba al final de la clase porque los primeros puestos, al lado de la estufa de leña, estaban reservados a los alumnos que pagaban su educación. No a los becados como él. Este frio recuerdo fue también aprendizaje.

Estudió perito mercantil y enseguida empezó a colaborar en la misma academia en la que se formaba para dar clase a los alumnos de cursos inferiores, dado su alto nivel de aprovechamiento. También daba clases particulares. A todas horas. Con el tiempo llegó a ser un reputado profesor de matemáticas, pese a no tener una titulación específica. Cuando se puso en marcha la escuela de magisterio, dada su experiencia le plantearon que si tuviese el titulo podrían contratarlo en la escuela. Eso lo solucionó rápido. Estudió intensivamente todas las asignaturas durante el verano (algunas de ellas estaban chupadas para él) y se presentó por libre de los tres años seguidos. Y por supuesto, aprobó con nota. Alguien suspicaz planteó en su momento que si no era raro haber aprobado tantos cursos tan deprisa. Su respuesta contundente y ofendida hubiera sacado hoy los colores a los protagonistas de algún caso notorio de actualidad: “No pudo ser de otro modo porque tenía que conseguir ese trabajo y lo único que tuve que hacer era estudiar”.

Continuó entonces como profesor de matemáticas en magisterio, a la vez que mantenía las clases particulares y estudiaba derecho en los ratos libres. Obviamente acabó derecho en pocos años y dado que esta carrera compartía muchas de las asignaturas del programa con Administración y Dirección de Empresas, su siguiente objetivo curricular se planteó en su horizonte.

Para entonces se presentó a la plaza de profesor de matemáticas de la escuela de magisterio. Le tocó en sorteo un tema de ecuaciones diferenciales, uno de sus favoritos. En vez de hacer una exposición tradicional, decidió presentar el tema como lo haría un experto, de una forma novedosa y a la vez elegante. Sabía que para el tribunal de catedráticos aquello podía ser tomado como una chulería y que además de rancios aquellos profesores sabían mucho del tema. Pero algunas veces en la vida uno sabe que puede ser chulo y lo fue. Como se decía de Colorado Ryan en Rio Bravo: “Era tan bueno que no necesitaba ni siquiera aparentar que lo era…”. La clase fue tan magistral que aquellos mastodontes decidieron destrozarlo. La primera intervención del tribunal fue: “¿Está cansado? - No, muchas gracias. – Pues beba agua y siéntese, porque le va a hacer falta”. Durante las cuatro horas siguientes lo crucificaron a preguntas intentando pillarlo por cualquier resquicio del brutal temario. Por supuesto, no lo consiguieron.

Con conocimientos de matemáticas, derecho y empresas montó un bufete o asesoría mercantil y rápidamente se dio cuenta que es preferible mandar en la propia miseria, por lo que renunció a la plaza de profesor para dedicarse a la asesoría que iba viento en popa. Su genial cabeza, sumada al fino instinto azuzado desde pequeño por la necesidad, lo hacían tomar las decisiones adecuadas, incluida aquella de no involucrarse en política cuando se lo ofrecieron.

Montó una empresa de puertas bastante rentable y continuó trabajando y aprovechando los ratos libres con un ansia que solo vuestros abuelos comprenden. En el camino –es un decir, obviamente- tuvo tiempo para formar una familia extraordinaria, cuyas enseñanzas sirvieron de sólidos fundamentos para formar otra siguiente generación también extraordinaria a la que me precio de conocer. Hoy está jubilado, sólo en el epígrafe laboral, porque continúa estudiando humanidades. Sospecho que le queda poco para acabar la carrera, y de forma brillante como no podía ser de otro modo. Para rizar el rizo es un experto pescador y un voraz lector de cualquier tipo de literatura –ha descubierto desde hace tiempo el libro electrónico-, siempre que sea buena. Esperemos que esta modesta reseña por sorpresa y casi a vuelapluma le guste. Lamento quizás no dar más datos precisos, pero sigo opinando que cuando cumples años hay que ser agradecido porque a veces un “gracias” es el único pago que se llevan algunos sudores. Y que hay que contar ciertas historias para que otros las conozcan aunque les parezcan increíbles, sobre todo a otros jóvenes que pasean libros. Gracias, Luis. Con estudiantes así la Universidad y el mundo tienen futuro.

 

Foto: superprof.es