El pasado día 1 de mayo se cumplieron 25 años de la muerte en el circuito de Imola del tipo más grande que ha dado el deporte del motor en toda su existencia. Ayrton Senna, el mejor. Sin discusión. Cualquier aficionado decente debería avergonzarse cuando se trata de comparar pilotos en función únicamente de los títulos de F1 obtenidos. Ni siquiera otro monstruo sagrado, asimismo de trágico destino, como Michael Schumacher con sus siete coronas, le hace sombra en el Olimpo. Hablar de tipos como Sebastian Vettel (cuatro títulos) o Lewis Hamilton (cinco títulos), dominadores de una Fórmula 1 hiper tecnológica en la que la máquina se impone al hombre de forma tan rotunda, es como comparar a un elefante con una pulga.
La mañana del 1 de mayo de 1994, horas antes de tomar la salida del GP de San Marino, Ayrton Senna abrió su Biblia y leyó un pasaje que su hermana Vivianne siempre atribuyó al Evangelio de San Juan: “Recibirás el don más grande de todos, que es el propio Dios.” Tres días más tarde recibía sepultura en el cementerio de Morumbí en Sao Paulo bajo un clima de histeria colectiva. Una austera placa le sigue recordando con un sucinto mensaje: “Nadie puede separarme del amor de Dios.” El día anterior se había matado un modesto piloto, Ratzenberger y a punto había estado de correr la misma suerte Barricchello el viernes. Senna no quería correr y forzó lo que pudo para suspender la prueba. No tuvo mucha fortuna: los propios pilotos no se atrevieron al plante, empezando por Schumacher, al que hoy tanto se alaba y el mismo Ecclestone, desde siempre un cabroncete con pintas.
Ayrton, mi añorado Ayrton, tenía eso que se llama carisma. Es decir, la exterior manifestación del Espíritu Santo. De él dijo Gerald Donaldson, uno de los mayores especialistas en los entresijos de la F1, “su calidez y su encanto personal, su profunda inteligencia y sensibilidad, sus revelaciones sobre la religión y su incomparable estilo al volante añaden dimensiones extras a su mística.” Manifestaciones de ésta fueron la clasificación para el GP de Mónaco de 1988 y la carrera de Suzuka (Japón) de ese mismo año. Se trata de lo que el profesor Josep Otón denomina “estados polarizados de conciencia”.
Hoy en día, la fundación Senna, con su hermana Vivianne al mando, prosigue su labor con millares de niños brasileños, a los que Ayrton dedicó su célebre frase: “No puedo vivir en una isla de prosperidad, rodeado de un mar de miseria.” Aunque sea difícil asumirlo, su cercanía con los necesitados convivía con su feroz competitividad. El referido Donaldson afirma que “su figura se asienta sobre cuatro pilares: un feroz espíritu de lucha, una tremenda pasión por pilotar, un profundo respeto por la humanidad y una personalidad magnética.” Como dice Miguel Herguedas: “Lo realmente extraordinario era conducir como Senna. Conducir hasta ver a Dios.”
El vino de la semana es uno bueno y barato, el fruto de la incursión de las Bodegas Yllera en la Ribera del Duero: Pepe Yllera 2017. Nariz potente, amplio, goloso, sedoso y aterciopelado, con una agradable acidez.
Sigan con salud.
Foto: sputnik.news.com