sábado, 20 de abril

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Barricada Cultural

 

Puro vicio

por P. L. Salvador

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Aquí estoy. Dispuesto a escribir mi artículo quincenal. Se supone que lo que escribo tiene algún interés. Se supone que tengo algo que decir. Se supone que alguien —al menos una persona— leerá estás palabras. Y que se establecerá una comunicación.

Por supuesto, no solo se trata de decir algo. También procuramos decirlo de una forma especial. Con un cierto estilo. O sea, intentamos fabricar arte mediante la palabra. Literatura. Como todo el mundo sabe, Literatura es eso que puedes leer una y otra vez.

Puedes leerla una y otra vez porque resulta placentero hacerlo. Tiene musicalidad. Ritmo. Cuando la lees en voz alta, suena bien, el todo resultante eclipsa a las palabras que lo componen. Tiene magia. Es estética. Y transmite un no sé qué sugerente.

Habría que leer más en voz alta. Habría que leer más en familia. Desconectar los demonios digitales, abrir un libro y empezar a leer. Imagínatelo. O como diría un argentino. Imaginátelo. Ahí estás, leyendo para alguien, paladeando las palabras, marcando las pausas, buscando la entonación perfecta.

Ay, los demonios digitales… Que cada cual rellene los puntos suspensivos. ¿Qué nos está pasando? Ciertamente, hay una adicción. Estamos enganchados. Lo digital nos domina. Y las redes sociales se han convertido en un circo surrealista.

¿Quién llegará hasta aquí? Porque todos sabemos que hoy día se lee poco. Se leen muchas gansadas, que —por supuesto— no cuentan. Se leen muchos buñuelos (2ª acepción), que —por supuesto— no cuentan. Y encima se lee mal.

Se lee deprisa. Sin criterio. Se lee para ver si pasa algo. Sin leer lo que está pasando. Se lee como se vive. Sin paciencia. Se lee por leer. Sin ganas. Se lee por obligación. Sin ganas. Se lee a medias. Sin ganas. Se lee sin leer (3ª acepción).

Aquí estoy. Escribiendo mi artículo quincenal. Disfrutando. Escribo, leo y releo. Soy mi primer lector. Y el más fiel. Leo todos mis textos varias veces. En este momento, en voz alta. Me dicto y escribo. Puro vicio. Una adicción más. No lo dudes: si estuviera solo en el planeta, si fuera el último hombre, seguiría escribiendo.

Seguiría escribiendo, seguiría corrigiendo mis escritos y —por supuesto— seguiría leyéndome. Editaría mis obras. Las imprimiría. Las encuadernaría. Diseñaría la cubierta. Por fin sería el autor más leído. Escribiría también autocríticas. Y me haría autoentrevistas. Ya veo el titular:

«PL Salvador se queda solo y pierde su peculiar malditismo».