viernes, 29 de marzo

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Barricada Cultural

 

Explicadme esto

por Ignacio Gracia

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Ando estos días un poco perplejo después de los excesos de felicidad de veo a mi alrededor fruto de las fiestas navideñas. No sé si es fruto de la pastilla roja que tomé debido a la charla de Pedro Baños que conté en la barricada pasada, pero esto me parece una gran mentira para vendernos porquerías. Como decía en mi pueblo don Sotero Marín, ya citado aquí: “un sacadineros y un engañamuchachos “.

Razono mi postura, a ver si estoy más tonto de lo habitual. Veo gente emocionada por las fiestas. Eso está bien y creo que cada uno puede y debe hacer lo que quiera siempre que no moleste a los demás. Lo que no me cuadra es la incongruencia, vamos el negocio del que parece que sólo yo me doy cuenta. A ver, estas fiestas en realidad han sido impuestas sobre unas celebraciones romanas, las saturnales. Festejaban el alargamiento de los días a partir del solsticio de invierno y con ello la finalización de las labores del campo con unas celebraciones similares a carnaval, durante una semana o dos. Se comía y bebía a destajo y se establecía la costumbre de hacer regalos. O sea, que el tema religioso encaja de refilón. Con calzador, no pasa nada. Se puede mezclar fervor religioso con fiestas que fomentan el consumo. Vale.

El caso es que la gente confunde churras con merinas. Se le va la olla con el espíritu navideño (explicadme que es eso con una frase en la que no aparezca la palabra consumo). De momento la gente flipa con un señor que trae regalos y creo que soy el único que quiere enterarse de que el colega sacrificó su vestido regional verde por venderse a una compañía de refrescos y travestirse de rojo en una campaña publicitaria. Y hasta ahora. Más tradiciones sagradas: las uvas. Entrañable tradición milenaria de principio del siglo pasado en la que hubo excedente de uvas y nos acoplaron el postre porque eran baratas. Joe, pienso que con el precio de los ajos y los melones y con las redes sociales lo podíamos petar este año en la mancha, pero claro, no sería espíritu navideño. Ya.

Consulto con el oráculo de Wikipedia y flipo al darme cuenta que la mayor parte de las tradiciones son en realidad novedades comerciales de hace pocas décadas que nos han colado hábiles empresarios. Que la tradición auténtica era juntarse en familia a comer y cantar villancicos, hacer ruido e invitar a los vecinos. Chicos y grandes juntos, así de simple. Esto sí me cuadra, pero no es lo que veo.

Y si me pongo tiquismiquis, alucino cuando me cruzo con gente que no me conoce de nada y me desean paz y amor y buen rollo como si me quisieran de verdad y el mundo tuviera solución, cuando al día siguiente y el resto de los días vuelven a pasar de mi como de un coprolito (fósil de una cosa marrón, es que no la quiero liar más). ¿No podéis comportaros digamos en un término medio? Con dar los buenos días me conformo. O con que no peguéis voces borrachos a las cinco de la mañana porque… ¿Por qué? O que vayáis tirando basura, confeti (de tirar al pipas o colillas al suelo a esto hay solo un paso, lo entiendo) como si hubiera un planeta de repuesto, no sé.

Repito que seguro que estoy tontaco. Pero veo los salones llenos de gente con medio dedo justo de frente, yonquis de la tele y de las telepantallas (desde 1984 solo se han reducido de tamaño, hablo del libro); sin hablar con el de al lado, sin mirarle a los ojos y balando como ovejas consignas de moda e imitando ropajes, gestos y modales impuestos por empresarios, que por cierto son caros y poco sostenibles.

Menos mal que un pequeño gesto quizás sí cambie el mundo. Salió precisamente en la tele. Un niño que no pidió a esa máquina insostenible expoliadora de los recursos naturales y económicos que son los reyes Magos lo normal: dos plays, un teléfono para wasapear con mi padre que no me hace caso y una máquina de realidad virtual para jugar al gua, más de propina un aerodeslizador eléctrico con reposalorzas. No, pidió un destornillador. Pensadlo fríamente. Ese niño va a poder construir un mundo con su destornillador si quiere. Distinto del que le quieren encasquetar los mercaderes de turno. Ese mundo y ese niño sí merecerán la pena. Quizás tenga que hacerle a él mi pregunta. Será interesante escucharlo, estoy seguro de ello.

 

Foto: hobbyconsolas.com