Me encuentro con una deliciosa historia de la que se hace eco el profesor Carlos Rodríguez Braun en su columna del diario La Razón.
Desde pequeño me fascinó el enorme elefante disecado que preside la sala principal del Museo de Ciencias Naturales de Madrid (siempre me han maravillado los museos de ciencias), pero no conocía su intrahistoria. El enorme paquidermo fue cazado por Jacobo Stuart-Fitz-James Falcó, Duque de Alba, en Sudán en 1913; se quedó con los colmillos, que están en el Palacio de Liria, pero decidió donar su piel al citado museo, del que era patrono.
La donación era de la piel, sin huesos, cráneo ni colmillos. Y con esos debía ser montado el grandioso animal. El reto recayó en Luis Bendito Vives, taxidermista especializado en mamíferos. Había aprendido recientemente la técnica taxidérmica de la dermoplastia en Leipzig junto a Herman H. ter Meer, pero que nunca había visto un elefante vivo, disponiendo tan sólo de una fotos. La falta de recursos para convertir un fardo de piel seca y mal conservada y más de seiscientos kilos de peso en una figura realista retrasó el empeño en diez años, durante los cuales la piel estuvo durmiendo el sueño de los justos en el almacén del museo. El director se negó a que Benedito viajase a Londres al objeto de familiarizarse con otros ejemplares, y el propio duque se impacientaba, amenazando con llevarse la piel a Londres, al taxidermista Rowland Ward. La falta de un lugar idóneo también retrasó el proyecto, hasta que los trabajos comenzaron el Jardín Botánico, entonces en obras. Después de siete años de trabajo, tres toneladas de escayola y 77.000 alfileres, el elefante, en 1930, quedó naturalizado. Se monta en un armazón de madera y se transporta hasta el museo. Fue, la caravana más peculiar que haya recorrido la Castellana.
Esta peculiar historia se recoge ahora en el libro El taxidermista, el duque y el elefante del Museo, de la ilustradora Ximena Maier, que edita Nido de Ratones. Muy documentado y con deliciosos dibujos acuarelados, el libro hará las delicias de niños y mayores, convirtiéndose en uno de los mejores recuerdos que se pueden adquirir en la tienda del museo. Además, coincidiendo con la presentación del libro el Museo de Nacional de Ciencias Naturales organiza una exposición temporal con documentación y fotografías históricas del proceso de montaje, con las ilustraciones y bocetos de la autora. Permanecerá abierta desde el 20 de diciembre de 2018 hasta el 3 de marzo de 2019. No se la pierdan.
“Si mil hijos tuviera, el principio humano que les inculcaría sería abjurar de todo brebaje infecto y dedicarse por entero al Jerez”, proclama Falstaff en Enrique IV. Estas palabras del más hedonista de los personajes shakesperianos, oportunamente recordadas por Juan Manuel Bellver, director de Lavinia España en El placer de beber, memorable artículo de reciente publicación en Esquire, no hacen sino recordarnos que “no se puede perder el tiempo con bebercios que no valgan la pena”.
“La vida es demasiado corta para beber malos vinos”, solía decir el maestro italiano Luigi Veronelli. Me encanta el cartel vintage descubierto en Nueva York por Bellver y al que hace referencia en su artículo: Una comida sin vino se llama desayuno.
Bebamos pues, uno de esos vinos que logran, como decía Josep Pla, “producir chispas de inteligencia, afinar los sentidos y el gusto, enriquecer la compresión y fomentar la bondad.”
En esa senda se encuentra el vino recomendado de la semana: Baigorri Belus 2014. Un rioja elaborado con mazuelo y otras variedades locales. Un vino para estos días de intenso frío. Fuerte y de gran estructura, untuoso, elegante y persistente; adecuado para carnes rojas y guisos contundentes.
Sigan con salud.
Foto: taxidermidades.com