viernes, 19 de abril

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Barricada Cultural

 

Ich bin ein Berliner

por Fernando Aceytón Sorrentini

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Regresé hace pocos días de un viaje a Berlín. Maravillosa ciudad. Contenedor de lo más nuevo y recordatorio de lo más antiguo, en un mapa plagado de costurones que recuerdan indeleblemente lo que hicimos y no deberíamos volver a hacer. Pasear por el tan majestuoso como decadente Paseo de los Tilos hasta la Puerta de Brandeburgo y el Reischtag o visitar alguno de los museos sitos en la denominada Isla de los Museos es un bálsamo para el alma. En el Museo de Pérgamo, el Altar del mismo nombre, la puerta del mercado romano de Mileto o la Puerta de Astarté, mandada construir por Nabucodonosor II o el busto de Nefertiti en el Neues Museum, simplemente sobrecogen. En el evocador Museum für Naturkunde, el museo de ciencias naturales, se exhibe dentro de la exposición Berlín zeigt Zähne (Berlín saca los dientes), a Tristán Otto, el esqueleto del Tyrannosaurus Rex de 12 metros de largo que a pesar de contar con una antigüedad de 66 millones de años, se encuentra en un excelente estado de conservación. Merece la pena una mañana otoñal en el zoo o jardín zoológico de Berlín, abierto en 1844 con especies donadas por Federico Guillermo IV de Prusia, y hoy en día el más visitado de Europa y uno de los que cuentan con mayor número de especies, incluidos los osos panda y una excelente representación de grandes primates (gorilas y orangutanes). Fue el hogar del famoso osito polar Knut, nacido en el zoo en el año 2006 y rechazado por su madre, fue criado por los cuidadores y falleció prematuramente en el año 2011. A la hora de comer, resulta recomendable subir hasta la sexta planta de los grandes almacenes Ka De We para disfrutar en sus gigantescas instalaciones, que aúnan el supermercado con los puestos y barras de degustación, de alguna de sus infinitas variedades de salchichas y una berliner pilsner a la par que gozamos de unas increíbles vistas. Gastronómicamente hablando, y siempre moviéndonos “a pie de pista”, sin entrar en las altas esferas ni en el mundo de las estrellas Michelín, el repertorio mesonero de Berlín es tan variado como carente de interés. Multitud de kebabs, italianos, mejicanos, chinos, japoneses o tailandeses baratos ocultan la cocina simple y contundente de la ciudad, basada en las salchichas, la col agria, la ensalada de patatas, los arenques, el ganso, el codillo (eisbein), el filete de cerdo estilo chuleta de Sajonia (kasseler), el frikadellen (una especie de pequeñas hamburguesas muy ricas), el Schnitzel Holstein Berlín (filete empanado) el Leber Berliner Art (el muy típico filete de hígado de ternera con manzana, cebolla y puré de patatas) y el Könisberger Klopse (albóndigas de carne de cerdo y ternera), y que cuenta con una representación más escasa que las anteriormente referidas culinarias. También hay carísimos restaurantes de cocina francesa, que allí se asocia con la sofisticación y los precios de escándalo. Parece que el tan español concepto de “tapa” va abriéndose paso en versión berlinesa, esto es, con las viandas antes descritas. El vino, que se va abriendo paso entre los foodies berlineses, tiene unos precios disuasorios consumido por copas. La semana que viene les hablaré del mejor restaurante de Berlín, que curiosamente lleva un montón de años instalado en Madrid.

Llego a Madrid justo a tiempo para celebrar el segundo centenario del Museo del Prado, para quien esto suscribe la mejor “pinacoteca” del mundo, y subrayo lo de pinacoteca porque otros museos, como el Louvre, pueden ser masivos, globales, dedicados a toda suerte de manifestaciones artísticas, pero a la hora de hablar de pintura, no hay color. La historia de la pintura con mayúsculas se escribe en El Prado. La famosa Gioconda se queda en nada al natural, y la sistemática pictórica del Louvre resulta caótica y cansina.

El vino de la semana, al margen de la excelente manzanilla La Goya, que tuve el placer de degustar hace un par de días en el restaurante de los hermanos Villalón (Mario y David), Angelita (calle de la Reina, 4 en Madrid), llamado así en honor de su madre, es un Borgoña asequible de esos que David Villalón, insigne buscador de joyas, ofrece en su súper-carta plagada de virguerías bebestibles. Lo disfrutamos en compañía de unos de los últimos tomates de la propia huerta de los mesoneros en Zamora, de memorable recuerdo, así como de un pisto excelso con verduras también de allí. La cocina de Angelita va cogiendo velocidad de crucero y asentándose sobre la base de un producto excelso, y un leve toque de la inevitable fusión que se ha asentado en la cocina top española. El vino en cuestión es el Coteaux Bourguignons 2015 de Louis Chavy, un vino de Beaune (Còte d’Or), fresco, mineral y elegante, profundo sin necesidad de una excesiva potencia tánica y una alta graduación. Un vino muy gastronómico.

Sigan con salud.

 

Foto: disfrutaberlin.com