miercoles, 16 de julio

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Barricada Cultural

 

Crustáceos

por Mercedes De Miguel González

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Centollas, santiaguiños, langostas, bogavantes, bueyes de mar… Todos son objeto de deliciosas mariscadas y victimas propiciatorias de comidas pantagruélicas.

Llegan a tu mesa debidamente cocidos y primorosamente presentados en una bandeja, hasta el punto de hacerte pensar que ya nacieron así.

Lo malo es cuando vas a cenar a un restaurante y tienes frente a ti el acuario donde aún los ves con vida hasta que un comensal sentencie al ejemplar que quiere le sea servido poco después.

El otro día tuve la mala fortuna de sentarme en el lugar equivocado, desde el que podía observar sus evoluciones. El bogavante era el más cabreado, el revolucionario, el que quería salir de allí a todo trance. Y como las paredes de cristal no le ofrecían escape alguno, la tomó con la centolla, menos proclive a la violencia pero que supo sacar arrestos para enfrentársele. Ambos mostraron sus pinzas en armas, aunque las de ambos estaban atadas precisamente para que no se despedazasen por culpa del estrés del encierro y la falta de alimento. ¿Para qué? Total, si iban a durar un telediario…

El buey de mar no quería problemas. Se agachó lo más que pudo y sufrió los envites y embistes de sus compañeros de celda en el corredor de la muerte sin presentar batalla y sin moverse un ápice.

No quise saber cómo acabó la historia. Probablemente mal.

Hace tiempo ya que no quiero comer marisco, pese a lo que me gustaba antes. No así. No a costa del sufrimiento de otros seres. ¿Saben que las langostas chillan cuando las cuecen en agua hirviendo?

Posiblemente, aún viviendo en el fondo del mar y no en una pecera escuálida, todos ellos se enfrentarían (menos el pacifico buey de mar, claro está) por cualquier motivo.

Pero yo no quiero ser como ellos.

 

Foto: kaminature.com