sábado, 26 de abril

Ciudad Real

Visita nuestra página en Facebook Síguenos en Twitter Síguenos en Instagram Síguenos en YouTube
Buscar
Logotipo de Ciudad Real Digital

Barricada Cultural

 

Eslabones VII: Excalibur

por Ignacio Gracia

Imprimir noticia

Atapuerca, 9 de julio de 1998. La campaña de excavación de la Sima de los Huesos obtiene ese día un resultado imposible. Parece una broma de mal gusto. Un paleontólogo acaba de encontrar un hacha aislada, junto a los restos de una treintena de esqueletos descubiertos, como a modo de ofrenda. Es un bifaz o hacha de mano tallada por sus dos caras, en cuarcita de color rojo y de una calidad excepcional. Demasiado excepcional, ese es el problema. Debería tener 400.000 años. No hay datados comportamientos de tipo simbólico en aquel periodo. Sería el primer indicio de alguna creencia compartida por todo un grupo. Por otra parte no debería ser roja, allí no hay rocas de ese color, ni en decenas de kilómetros a la redonda. Debería estar usada. Esta parece sin estrenar. El paleontólogo mira absorto la sangre que mana de su dedo al pasar la yema por la piedra para comprobar el filo.

Después de confirmarse la antigüedad del hallazgo el hacha se bautizó como Excalibur. Su origen sigue siendo un misterio.

 

Un poco antes, unos 500.000 años. Ucco ha sido desterrado del poblado. Siempre ha sido diferente del resto de los miembros de la tribu. Quizás por su cráneo recto, de frente prominente, que contrasta con la más retrasada de los demás. Posiblemente sobrevivió porque en su momento se consideró portador de algo mágico. Algo que beneficiaba al grupo. Sin embargo no ha sido así, por lo menos últimamente. Ucco no era tan fuerte como los demás, pero sí más inteligente. Compensaba ese importante defecto, sobre todo a la hora de cazar, con una enorme agilidad mental. Pensaba más rápido. Entendía el comportamiento de las piezas, anticipaba sus movimientos. Era capaz de diseñar estrategias. Pero aquello era difícil de entender por algunos, precisamente los más fuertes. Los que no eran capaces de ver lo que él veía con claridad y empezaron a odiarlo desde niño. Por ello, a pesar de haber demostrado capacidad para ser cazador, fue relegado de las partidas de caza a medida que sus compañeros de juegos, los mismos que se burlaban de él, comenzaban a tener peso en el clan.

De esta forma se acababa su posibilidad de prosperar en el grupo. Ya no podía materializarse el favor de los dioses a través de las gestas de caza, aquellas que permitían a los elegidos ostentar los símbolos en la piel y plasmarlos en las paredes de la cueva. Hubo de reinventarse, aprender a tallar piedras con los artesanos y aprender el uso de las hierbas con la posibilidad de ser el curandero del clan. Pero hasta ese hecho lo debían decidir los dioses a través de un gesto, un símbolo. Su cara y ojos diferentes, su inteligencia no era suficiente razón. Eran las normas de los dioses. Cada vez era repudiado de forma más clara en público, a pesar de que en secreto el clan acudía a sus remedios para el dolor de muelas o para rematar las piedras con un filo como jamás se había visto. Pero no tenía un símbolo. A medida que los jóvenes cazadores tenían éxito en las partidas se cerraba el futuro de Ucco en el clan. El que más envidia le tenía era el gigante Woc, un joven fuerte predestinado a liderar el grupo. Temía a Ucco en realidad, y le envidiaba. Sobre todo cuando Ucco se acercaba a Waba. No comprendía como a ella se le iluminaban los ojos tocando su rara frente plana. No entendía por qué ella prefería estar a su lado a pesar de que era un miserable y él uno de los cazadores más fuertes. No entendía la sensación de aleteo del pecho de ambos al mirarse, era despreciable a su modo de pensar.

Cuando Woc asestó el golpe definitivo que acabó con la vida del mamut supo que era el fin. Como privilegio del cazador negó la comida de su pieza a Ucco. Woc había estampado el negativo de su mano en la gran roca pulverizando con sangre todavía tibia de la presa. Era su símbolo. Uno de los más poderosos. Al poco tiempo Ucco fue expulsado del poblado.

 

Caminó durante innumerables días. Sabía que no tenía posibilidades. Intuía que el sistema que promocionó a Woc en el clan no era el más adecuado para el progreso del mismo. Solo había tenido suerte, y a la larga no duraría mucho, por lo que el clan podría peligrar. De alguna forma se alegraba de haberse marchado, pero en esos momentos sentía esa sensación rara en el pecho y se acordaba de Waba. Aquella noche serena las estrellas brillaban especialmente claras en la cúpula que tenía sobre su cabeza. Se las quedó mirando un buen rato y se dio cuenta de la sobrecogedora belleza de lo que estaba viendo. Y algo instintivo, premonitorio, lo mantuvo unido con extraña familiaridad a ese espectáculo de puntos brillantes y manchas blancas.

 

Estaba tan absorto que no se percató de que no era el único que miraba a las estrellas. Ahora lo vio. La silueta de un enorme lobo se recortaba en la oscuridad sobre una piedra solitaria a poca distancia de él. Era un macho alfa. Seguro que había más lobos en las cercanías, pero él era el que tenía el poder de decidir sobre su vida. Hace un rato que lo contempla, en realidad está extrañado. Se ha percatado que no es como el resto de los que caminan a dos patas. Es diferente, no huele igual. Y parece que percibe como él la llamada de las estrellas. Se acaba de dar cuenta de su presencia, por eso le lanza un gruñido de advertencia y percibe que está paralizado de miedo, nota que su corazón se acelera, que su respiración se agita. Es una buena presa. Sin embargo, cuando lo mira a los ojos, descubre algo familiar, algo remoto que lo une a ese ser. Definitivamente, no es como los otros. ¿Puede ser que mire al cielo por la misma razón que él lo hace?

 

El lobo acaba de acercarse y mira directamente a los ojos a Ucco, que ve reflejados en esa mirada las mismas luces extraordinarias que acaba de contemplar en el cielo hace un instante. Incomprensiblemente el animal se aleja sin atacarle. Ucco se da cuenta que la piedra sobre la que se alzaba el animal es extraña. Es una cuarcita de color rojo. Jamás había visto ninguna así. Su mente inteligente se antepone a su miedo animal, y acaricia la piedra, todavía caliente por la presencia del lobo. Se da cuenta que tiene una dureza extraordinaria. ¿Es eso un regalo? ¿Será su símbolo?

 

Un tiempo después Ucco regresa al poblado convertido en algo diferente. Quizás es, simplemente, un hombre. Como había sospechado el resto de las cacerías no habían deparado tanta suerte al clan. Woc había caído en desgracia como jefe. El grupo necesitaba un nuevo líder. De hecho la especie lo necesitaba, alguien diferente que sea capaz de hablar con los espíritus de la tierra y de las estrellas. Ucco porta un símbolo consigo. El símbolo más poderoso que jamás ha visto el clan. El arma más bella y más poderosa que el albor de los hombres había creado. Un hacha bifaz, roja como la sangre. El arma de un jefe, de un líder. De un chamán. El símbolo de una nueva era. Todos agachan la cabeza dispuestos a acatar el poder del símbolo. Y entonces Ucco, ante la sorpresa de todos, entrega el arma a Waba. El círculo se ha cerrado, el símbolo ha elegido portadora. El testigo de nuestra evolución se ha entregado. Waba mira a los ojos a Ucco y sonríe, con esa sensación de nuevo en el estómago. El resto es historia. Nuestra historia.