miercoles, 16 de julio

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Gestas deportivas (II)

por Alicia Noci Pérez

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Siempre me ha resultado curioso que el boxeo se llegara a convertir en un deporte porque no alcanzo a comprender que ver a dos personas pelearse sea nada edificante. Darse puñetazos en la cara… pagar a alguien para que haga eso… y, sobre todo, que alguien pague para ver cómo dos personas hacen eso… Bueno, pues es verdad que la lucha es probablemente uno de los deportes más antiguos y que, en cuanto dos personas empiezan a pegarse, el público se arremolina a su alrededor. Y, también es verdad que, aunque no me parezca edificante, el boxeo ha sido origen de grandes gestas.

Películas de boxeo hay muchas, pero, considerando que no es una actividad que me vuelva loca, hay una que sí que consiguió emocionarme de la manera en que les comentaba la semana pasada, con final apoteósico en que no cabe ya una en sí misma de los nervios por ver cómo termina la cosa, o sea, el combate. Me refiero a “Cinderella Man”, el film sobre la vida del boxeador Jim Braddock que rodara en 2005 Ron Howard con Russell Crowe y Renée Zellweger como protagonistas.

Si leyeron mi opinión sobre los biopic en la serie “Pas de deux” sabrán que es un género que no me suele gustar, pero es cierto que los que se hacen sobre deportistas son diferentes. Les decía que en el caso de músicos (de artistas en general) lo habitual es fijarse más en sus “neuras”, en su vertiente más oscura, en sus conflictos internos y externos, pero cuando se trata de deportistas ocurre todo lo contrario, se buscan sus logros, sus éxitos, la superación de sus problemas y, claro, sus gestas deportivas. No sé si es que la sociedad quiere más deportistas que músicos.

La película de hoy es un buen ejemplo de todo ello. Braddock fue tanto un ejemplo de superación deportiva como personal. El director se centra en el periodo que va desde la crisis económica a la que se ve arrastrado por una inoportuna lesión en pleno crack del 29 hasta el famoso combate con Max Baer, por aquel entonces campeón del mundo de los pesos pesados. Pero hablaremos de él más adelante.

El pequeño Jim nació en el barrio neoyorkino conocido como “Hell’s Kitchen” (“La Cocina del Infierno”), uno de los más marginales de la Gran Manzana. Hijo de emigrantes irlandeses, consiguió salir adelante sin “meterse en líos”. Empezó a trabajar en una imprenta y comenzó a asistir a un gimnasio con quince años. Entrenaba con tal tenacidad que pronto obtuvo resultados muy positivos, con una carrera como amateur tan meteórica que a los 21 años ya era profesional.

En 1929 se le presentó la oportunidad de enfrentarse por el título mundial con Tommy Loughram. Perdió. Y lo siguiente que le ocurrió fue el desplome de la Bolsa aquel Jueves Negro y, con él, su ruina más absoluta.

Continúa boxeando cuando puede, pero mal entrenado, además de ganar poco dinero, comienza a perder combates (dieciséis derrotas en veintidós combates), culminando en la rotura de su mano derecha. Le retiran algo así como la licencia para poder boxear y decide colgar los guantes y buscarse la vida como buenamente pueda. Se dedica a trabajar, cuando lo eligen, como estibador en el puerto. La situación empeora cada día y, finalmente, se ve obligado a pedir una de las ayudas que daba el Gobierno para intentar paliar la situación de tanta gente desesperada.

En ello estaba cuando Joe Gould, una especie de manager y, sobre todo, su mejor amigo (estupendo Paul Giamatti en el papel), le consigue un combate, realmente como sparring, contra un púgil prometedor, John “Corn” Griffin. Ante la expectativa de una buena cantidad de dinero, aceptó y, contra todo pronóstico, venció gracias a una enorme determinación y a una poderosa izquierda que había desarrollado tras su lesión. Con el dinero que ganó de esa victoria devolvió el dinero que le había prestado la Beneficencia.

Tuvo después otros dos combates en los que, de nuevo contra todo pronóstico, resultó vencedor. Y entonces le llegó la recompensa a tanto esfuerzo, un combate por el título mundial de los Pesados contra el campeón del momento, Max Baer.

La imagen que se da de este boxeador en la película, en la que lo interpreta Craig Bierko, es muy distinta a como era él realmente. En ella vemos más a un “matón” que otra cosa, cuando parece que para nada era así: se llevaba muy bien con sus rivales, incluidos Braddock y Primo Carnera, al que venció en repetidas ocasiones. Le produjo la muerte a uno de sus rivales en un combate, lo que le llevó a una depresión y a pagar los estudios de sus hijos. Realmente era amable, simpático y muy noble. Imagino que la idea de presentarlo como a un hombre con pocos escrúpulos era una manera de engrandecer la bondad de Braddock. Cosas del cine; como digo siempre, que la realidad no te estropee una buena historia.

La película recrea ese combate y les aseguro que fue absolutamente memorable. Los que no pudieron asistir al Madison Square Garden lo oyeron por la radio. En este film pueden vivirse ambas sensaciones.

A partir de entonces un periodista lo bautizaría como “Cinderella man”, un campeón en el que se pensaba a priori como perdedor, un hombre que declaró que “peleaba por la leche de sus hijos”.

Aún tendría algún gran combate más, entre ellos uno con Joe Louis. Negoció como pago el 10% de los beneficios que obtuviera este púgil en los siguientes diez años. Si le gusta un poco el boxeo sabrá que no tuvo mal ojo.

También se alistó durante la Segunda Guerra Mundial.

Ya ven, un personaje que difícilmente podría caerle mal a alguien: un ejemplo como persona y como deportista. Podemos decir que ganó por puntos.