domingo, 11 de mayo

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Pas de deux (II)

por Alicia Noci Pérez

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Continuamos con este “pas de deux” que iniciamos la semana pasada. No se lo comenté entonces, pero elegí este título entre la larga lista de conceptos en francés que se utilizan para denominar las diferentes posiciones del ballet (y que son en el idioma galo porque, como les contaba la semana pasada, fue allí donde se sentaron las bases de esta práctica), lo elegí, como decía, porque significa “paso a dos”, o sea, el baile en pareja, y es la definición que me gustaría darles a estos artículos, ya que sin un lector no tendría sentido que yo escribiera.

Les traigo esta semana una película que bien podría haber formado parte también de la serie “Y una obsesión”, porque es uno de los mejores ejemplos de las consecuencias que puede suponer el ser perfeccionista y autoexigente hasta la extenuación. “Cisne negro”, el film dirigido por Darren Aronofsky en 2010 y protagonizado de una forma tan intensa y magnífica por Natalie Portman que se llevaría el Oscar, el Globo de Oro, el BAFTA y el premio del Sindicato de Actores.

La cuestión psicológica del film es realmente muy interesante por esa paranoia a la que llega Nina, la bailarina que consigue el papel protagonista en una nueva representación de “El lago de los cisnes”, de Tchaikovsky, que prepara Thomas Leroy (Vincent Cassel), director de la compañía de ballet. Quiere aportar una visión más visceral a la obra y busca a una solista novel que interprete el papel de Odette, la Reina de los Cisnes, el cisne blanco, y Odile, el cisne negro. Elige a Nina, una dulce y perfeccionista bailarina, sobreprotegida por su madre, antigua bailarina frustrada que ha puesto la redención de su propio fracaso en el éxito de su hija. Para ella la dualidad, ese conocimiento del lado oscuro de cada uno, que le pide Thomas, supondrá un conflicto que removerá los cimientos de su vida.

Sin embargo, estamos tratando de ballet, y para eso también es una magnífica película. Nos introduce de manera muy detallista en el interior de una compañía, desde sus rutinas hasta el escenario mismo, ya que hay varias escenas en que el movimiento de la cámara nos hace partícipes del baile como si de un miembro más se tratara.

Así, vamos a ver, por ejemplo, cómo prepara una bailarina su calzado. Hay una estupenda escena en que asistimos a la transformación de unas zapatillas nuevas en unas zapatillas cómodas. Le cambia la suela, porque ésta debe tener el grosor que mejor se adapte a cada persona. Le cose las cintas, porque van sin ellas para que la bailarina también las ajuste a su gusto; se suelen utilizar de nailon para que no resbale y la costura se hará a la lona interior, como hace nuestra protagonista. Además, raya la suela para evitar escurrirse. La golpea para que se ablande. Y reendurece la punta, hecha con una capa de tela ya endurecida con cola o pasta, con goma laca. Parece increíble, pero el desgaste es tan enorme que una bailarina puede llegar a recibir hasta diez pares de zapatillas de puntas al mes, doce si es una primera bailarina.

Otra de las rutinas que se nos enseña es el de la clase. Todos los días, se esté de gira o no, ensayando o representando, hay una clase diaria, con una estructura básica, con la única diferencia de que, si se están realizando actuaciones, será menos intensa. Y, el resto del día, se estará ensayando hasta dos horas antes de la representación y, si no hay, pueden llegar hasta la noche. Esto también lo comprobamos en el film, donde Nina, tan obsesionada por la perfección, ensaya hasta tan tarde que el pianista que la acompaña se va diciéndole “yo sí tengo otra vida”.

El maquillaje, que tanta importancia alcanza para exagerar los rasgos de los bailarines y que el público pueda ver sus rostros y expresiones, además de evitar la palidez bajo la intensa luz de los focos, también tiene su protagonismo en la película. Nina se maquilla una y otra vez para transformarse alternativamente en Odette y Odile. La vemos aplicándose una base cremosa sobre la que usa maquillaje en polvo, que evita los brillos bajo los focos. Los ojos, donde no sólo se utilizan sombras y perfiladores, sino pestañas postizas para oscurecerlos. Por último el colorete y, el punto final, la barra de labios. La importancia de este elemento se la da también el hecho de que cuando la anterior primera bailarina se retira, contra su voluntad, por su edad (Winona Ryder, que interpreta a la decadente y desquiciada Beth), Nina cogerá de su camerino precisamente la barra de labios como símbolo de la ilusión de llegar a ser tan buena como era ella.

Vemos igualmente cómo funciona la sección de vestuario, cómo se ajustan los trajes...

En fin, como digo, es un repaso perfecto a la vida diaria de una compañía de ballet.

En cuanto a ese “Lago de los cisnes”, uno de los ballets más conocidos por los más y los menos aficionados, por supuesto representa la lucha permanente del bien y del mal y por eso le sirve a Aronofsky para mostrar esa misma lucha, pero interna, la que se da en cada uno de nosotros ante la disquisición sobre si algo está bien o mal o todo lo contrario y sus consecuencias en los demás y en nosotros mismos.

Es curioso que Tchaikovsky compuso una primera versión, pero se descorazonó mucho con ella hasta el punto de renunciar a componer nuevamente música de ballet. Menos mal que no se hizo caso y retomaría la obra con otra partitura que se estrenaría en 1895 con un enorme éxito. Fue gracias a su música y a la coreografía de uno de los grandes, Marius Petipa. Figura fundamental en el mundo de la danza, coreografió más de cincuenta ballets, entre ellos, aparte de “El lago...”, otros tan eternos como “Cascanueces” o “La bella durmiente”. Y, precisamente, sería el creador de la estructura actual del “pas de deux”, que tiene cuatro partes. En “El lago...” podemos ver una de sus más maravillosas creaciones, al menos a mí me encanta, que es la que bailan Sigfrido y Odile, el cisne negro. Él es el príncipe que se enamora del cisne blanco y posteriormente es seducido por el cisne negro. Pues ese “Paso a dos del cisne negro” se lo recomiendo como un gran ejemplo.

Por cierto que Petipa bailó en el Teatro del Circo de Madrid y su paso por nuestro país le influiría hasta el punto de incluir danzas españolas en varias de sus coreografías. Sin ir más lejos, hay un ejemplo en “El lago de los cisnes”, justo después de hacer su aparición en escena Odile.

En la película pueden ver algunos destellos de este ballet, que se van entremezclando con la vida de Nina. Y es que, como decía antes, creo que dentro de todos hay un momento en que la inocencia, la dulzura, la infancia se ven golpeados por la “maldad”, que no ha de ser tal, sino, simplemente, esa pérdida de la inocencia, la madurez. El cisne blanco siempre acaba de la misma forma, lo cual no es de por sí malo, claro, es cómo se haga esa transición, que va a ser el problema de Nina. Y esa historia tan profunda, tan dramática, unida a la preciosa música de Tchaikovsky y la coreografía de Petipa han convertido este ballet en una obra eterna.