viernes, 13 de junio

Ciudad Real

Visita nuestra página en Facebook Síguenos en Twitter Síguenos en Instagram Síguenos en YouTube
Buscar
Logotipo de Ciudad Real Digital

Barricada Cultural

 

Tsundoku

por María Delgado

Imprimir noticia

Tengo que confesaros una cosa: estoy enferma, muy enferma. Y lo que tengo no se cura, es una enfermedad crónica, que incluso puede agravarse (snif, snif). Tiene un nombre japonés: se llama tsundoku.

Os cuento cómo lo descubrí: Hace unos días, buscando otras cosas en internet, llegué a una página donde se hablaba del tsundoku, y leyendo sus síntomas, me di cuenta de que era algo que llevaba padeciendo toda la vida sin ser consciente de ello.

La exótica palabra japonesa, tsundoku, que vendría a significar algo así como bibliomanía en castellano —aunque no es una traducción exacta—, viene de una mezcla de términos, el primero “tsunde-oku”, que significa guardar cosas y dejarlas para más tarde, y “dokusho”, que significa lectura de libros.

Las personas que padecemos esta extraña “enfermedad”, tenemos pasión por los libros, tanta, que los acumulamos sin que lleguemos nunca a tener tiempo para haber leído todos los que tenemos en las estanterías, pero los guardamos porque en algún momento pensamos hacerlo, desde luego. Guardamos con intención de leer, no de acumular por acumular, y también porque nos sentimos en el paraíso viviendo rodeados de libros. Es un poco como un “síndrome de Diógenes” de los libros.

Cuanto más me documentaba sobre el tsundoku, más sonreía, al reconocerme. Es que yo vivo con un montón de libros, miles de libros. Siempre tengo montoncitos de libros esperando a ser leídos, además de todos aquellos que ya he devorado, algunos unas cuantas veces (siempre se regresa a un buen libro, ¿verdad?). Yo soy de las que prefieren gastarse el dinero en libros que, por ejemplo, en ropa. Sí, a esos extremos llega mi amor por la lectura. Soy un bicho raro, lo sé. También, cuando pienso en un hogar ideal, lo primero que me viene a la mente es espacio, mucho mucho espacio, para no tener problemas de almacenamiento. ¿De almacenamiento de qué? Sobre todo, de libros, claro. Una de las cosas en las que primero me fijo cuando entro en casa ajena, es en si hay libros a la vista. Si no los hay, inevitablemente me siento decepcionada, y si los veo, me predisponen muy favorablemente hacia los habitantes.

El tsundoku hace que cuando entras en una librería te sientas en el Cielo. Paseas y paseas, hojeando, mirando, leyendo sinopsis, sin ninguna necesidad de volver a salir al exterior, y cuando sales, por supuesto, será con algo nuevo en la mano, porque nunca salimos de una librería con las manos vacías. Nunca jamás. Y ahí empieza el ciclo otra vez, el libro que esperaba a que empezases a leerlo al terminar el que tienes entre manos, va a verse postergado, porque el nuevo que traes, te tiene aún mejor pinta, de modo que, baja un peldaño en la pila de libros pendientes, y así sucesivamente. ¿Cuál es entonces el criterio para leer? No hay criterio realmente, coges aquél que en el momento de la elección te llama más, y puede ser porque te encanta el autor, porque te lo ha recomendado alguien de quien te fías mucho en materia de lectura, por su encantadora portada, o —mi razón preferida— por lo mucho que te atrae la sinopsis.

En España, dicen, se lee poco. Sin embargo, las ventas de libros no van tan mal. ¿Dónde está la trampa? Pues tal vez en el tsundoku; que los que leemos, compramos más libros de los que damos realmente leído. ¡Qué desperdicio!, pensaréis algunos, y tendréis razón. Ojalá hubiese tiempo para leer todo lo que deseamos. Sé que es probable que cuando me muera, deje detrás de mí libros que no he podido ni abrir, pero no lo doy por mal empleado, mientras vivo, tengo la esperanza de hacerlo, y una vez que falte, si le aprovechan a los que vienen detrás, no se habrá perdido nada. Nunca se tira o se destruye un libro. Jamás. Eso es pecado mortal. Si no se puede seguir custodiando, se regala, se dona, pero un libro nunca —ni siquiera los que son malos, que los hay—se debe dañar, porque todos nos enseñan cosas en positivo, o incluso en negativo (cómo se miente, se tergiversa, o cómo no se debe redactar).

Para terminar, quisiera dejaros esta maravillosa cita, que se atribuye al editor y bibliófilo estadounidense Alfred Edward Newton (1864-1940): “Incluso cuando la lectura es imposible, la presencia de libros adquiridos produce tal éxtasis que la compra de más libros de los que uno puede leer es nada menos que el alma llegando al infinito… Apreciamos los libros incluso si no son leídos, su mera presencia emana confort, su fácil acceso, tranquilidad”.

¡Nos leemos!

 

Foto: abc.es