Un pistolero aguarda bajo un árbol la llegada de alguien. Es el gran Lee Van Cliff, un clásico “malo”, miembro de la banda de Liberty Valance en la magnífica película de John Ford y redimido posteriormente en la obra de Sergio Leone. Suenan las estrofas de esa preciosa canción compuesta por Dimitry Tiomkin, llamada “High noon”. Los títulos de crédito nos anuncian una película épica, una de las mejores producciones del sabio Stanley Kramer (“Vencedores o vencidos”) dirigida por otro grande del cine, Fred Zinnemann ( “De aquí a la eternidad”, “Historia de una monja” ). Llega un jinete y ambos junto a un tercero se dirigen a la estación de tren, cruzando el pueblo ante la expresión asustada de los lugareños.
De repente, nos sorprende el juez local, tiene una biblia y oficia la boda civil del sheriff con una bellísima Grace Kelly. Quedará grabado a fuego en nuestros cerebros esa cinturita de avispa, ese traje ceñido con encajes que viste al cisne.
Pero en la estación llega un telegrama. Los tres tipos esperan la llegada de su jefe , el villano local, al que se le ha conmutado la pena, y vuelve al lugar en el que le condenaron.
El telegrafista recorre el pueblo sin resuello un tranquilo domingo, mala señal.
Irrumpe en el juzgado y ante la noticia el sheriff íntegro que iba a dejar la placa se lo piensa. Los recién casados toman el coche de caballos, y las miradas son de preocupación. Como era de esperar dan media vuelta.
Queda una hora aproximadamente para que llegue el tren de las 12, y el tiempo real y el tiempo cinematográfico se pliegan en un ejercicio de virtuosismo narrativo sin precedentes. El montaje de Elmo Williams es sencillamente magistral.
El tiempo es objetivo, real, como un cronómetro cinematográfico.
Gary Cooper busca desesperadamente socios, pero nadie responde. Sólo ante el peligro es un ensayo sobre la responsabilidad, la integridad, y convierte a Gary Cooper en el héroe americano por excelencia.
Algunos han visto detrás de la historia una clara alusión al Macarthismo. Una pequeña comunidad paralizada por el miedo, que ha perdido su sentido moral. De hecho, su guionista fue perseguido por la “caza de brujas” debido a sus tendencias comunistas, y se vio en la realidad también “sólo ante el peligro”.
Magistrales también los secundarios, la elegante Katy Jurado o Lloyd Bridges, en ese papel tan pusilánime. Las miradas, los diálogos, nos informan lo justo de un pasado que lo condiciona todo en el presente.
Otro tema que sale a relucir es la vigencia del estado de derecho en situaciones de “fuerza mayor”, el juez se pone la venda y huye. También se destaca el enfrentamiento entre los partidarios del villano y los partidarios de la paz social.
A celebrar el plano-grúa ( muy al estilo Hitchcock) que arranca del rostro de Gary Cooper y se eleva hasta enseñarnos el pueblo en plano general. El desdichado sheriff aparece desorientado, torcido, con la cara quebrada, subrayándose su soledad.
Y luego el duelo final, sin duda uno de los duelos mejor contados de la historia del western. Como la película al completo, siete minutos dónde no existen las elipsis.
En definitiva, una de las películas que deberíamos ver antes de abandonar este mundo, una estética lección de dignidad, orgullo, amor propio y renuncia al bien individual en favor del bien común, de la que probablemente podrían tomar nota más de un compañero de nuestro trabajo, o el político de turno preocupado más en mirarse el ombligo. Pero claro, aquí estamos en el Oeste, dónde como diría John Ford gana la leyenda.
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