Si usted ha pensado alguna vez que le gustaría ver a sus hijos por un agujerito cuando están en clase, ésta es su película. Bueno, claro, concretamente los suyos no, pero estoy convencida de que los niños y niñas que la protagonizan le permitirán hacerse una idea, además de que le conquistarán.
Se trata de “Ser y tener”, de nuevo un documental que aborda la docencia desde otro punto de vista, desde el interior del aula.
Lo dirigió Nicholas Philibert en 2002 y nos presenta una clase de una escuela rural, unitaria y de maestro único, a lo largo de todo el curso, en una localidad de Auvergne, al norte de Francia. Y es que en el país vecino se utiliza con mucha frecuencia este sistema que en España inició su declive a partir de la Ley General de Educación de 1970. Desde ese momento se empezaron a crear en los entornos rurales las escuelas de concentración. Yo asistí a una de ellas, a las que los niños llegaban en aquellos autobuses que hacían un recorrido por todas las aldeas, pedanías y pueblecitos que conformaban las comarcas escolares en que se dividió entonces el territorio.
Mi padre fue uno de aquellos maestros de escuela unitaria en lo que yo denomino “las fronteras del Imperio”. Un pueblito generado en torno a la estación de ferrocarril, con apenas dos calles y que no tenía agua potable en las casas cuando mis padres recalaron allí. Después pasaría a una escuela de concentración.
Les decía que se inició su declive, aunque no su desaparición y, hoy en día, hay diversas comunidades autónomas que tienen colegios públicos de este tipo y que denominan de diferentes maneras. En el caso de Castilla-La Mancha tenemos el CRA (Colegio Rural Agrupado).
Realmente la idea en común de todos estos centros, y que podemos ver claramente en la película, es que, al ser pocos alumnos y conocerse todos, se establece un vínculo de colaboración, apoyo y ayuda entre los miembros de esta micro-sociedad. La heterogeneidad favorece el respeto y la flexibilidad. Y su pequeño número permite una atención mucho más personalizada. Y, como añadido, el contacto con la naturaleza es total, hasta el punto de salir a dar la clase en el jardín. En el más puro estilo de la Institución Libre de Enseñanza, según comentamos en un artículo previo.
Como lo mejor para entender este sistema es ver un ejemplo, Nicolas Philibert buscó el más adecuado durante cinco meses entre cientos de escuelas del país galo y acabó optando por un pequeño pueblo del Puy-de-Dôme, denominado Saint-Etienne sur Usson. La consecuencia fue un documental tan entrañable como pedagógico que resultó merecedor de varios galardones en diversos festivales, como el de Mejor Documental en el Festival de Valladolid; misma categoría en el European Film Awards; premio a Mejor Película en el certamen Louis Delluc; además fue seleccionada para el Festival de Cannes y recibió tres nominaciones a los Premios Cesar 2003, incluidas a Mejor Película y Mejor Director.
Uno de sus grandes protagonistas es ese maestro absolutamente vocacional, Georges Lopez, de ascendencia española, su padre era andaluz, que actúa no sólo como enseñante, también orientador, pedagogo, tutor, incluso psicólogo. Un todo terreno.
Pero, por supuesto, los que hacen de este film una historia que engancha son los alumnos. Los pequeñines porque es genial escuchar sus comentarios, contemplar sus caras de desconcierto en ocasiones, de sorpresa en otras, observarles aprender. Los mayores porque vemos sus miedos, sus incertidumbres, su sensación de estar a medio camino entre los comportamientos infantiles y las obligaciones más adultas a que su mundo les obliga. Es por ello que aparecen también algunas de las familias, lo que nos permite entenderlos mejor. Y es que un alumno es él mismo y sus circunstancias, por supuesto.
Al final se habrá aprendido sus nombres: Alizé, Axel, Marie, Johann, Guillaume, Jessie, Jonathan, Julian, Laura, Létitia, Olivier, Nathalie y, por supuesto, el pequeño Jojo, el alma de la clase. He elegido una foto en que aparece con monsieur Lopez y supongo que a los creadores del documental también les debió producir la misma impresión, porque ellos eligieron otra foto suya para el cartel promocional. La verdad es que es un poco pieza, pero se van a divertir con él.
Creo que, cuando termine su metraje, ustedes, sin darse cuenta, habrán esbozado una sonrisa y se sentirán como si hubieran podido mirar por ese agujerito.