Acabo de leer una reseña de filmaffinity sobre las 10 películas mejor valoradas de la historia del cine y algo se me remueve por dentro. En realidad no es por las películas de la lista, sino por las que faltan (y ya no quiero hablar de la lista de las cuarenta mejores). Aparece en primer lugar de la lista de 10 “el padrino”, seguido por “el padrino segunda parte”. Hay dos de juicios y tres de Chaplin. No soy un erudito como José Luis Vázquez, pero os hablaré de impresiones personales. Como dice mi amigo Pedro, hasta el más lego tiene paladar para diferenciar lo bueno. Por eso echo en falta en la lista la tercera (y cuarta) parte del padrino y las pata negra de Chaplin. Obviamente bromeo, creo que a la hora de hacer una lista hace falta un equilibrio. Culpa mía por fiarme de algo obtenido por internet quién sabe cómo. Algo importante falta. Parafraseando a Orson Welles, que algo sabía de cine, transcribo literalmente la respuesta: “me refiero a los viejos maestros, es decir, a John Ford, a John Ford y a John Ford (…)”. No hablo de listas por votación, de frías estadísticas que pueden olvidar a los grandes. Hablo de un hombre sencillo que era simplemente un artesano. El mejor de los maestros. Como el mismo se definía: “me llamo John Ford y hago westerns”. Un hombre que apenas usaba la grúa para mover la cámara. Decía que los actores están mejor pagados que los maquinistas, que es normal que trabajen y que se muevan un poco más, que nunca hay que emplear trucos técnicos para lograr la emoción.
Cuando Howard Hawks vio “solo ante el peligro”, le pareció vergonzoso que un sheriff corriera para refugiarse en las faldas de una mujer, y contraatacó rodando Río Bravo, mi película favorita. Algunos la consideran las sagradas escrituras del cine, todo un camino de iniciación. Yo no puedo repetir esa genialidad como protesta de la lista, pero puedo escribir este artículo recordando a un genio. Decía José Luis Garci que “nadie ha filmado mejor que Ford un baile, un tipo hablando a una tumba, unos jinetes cruzando un río, la vejez, la soledad, la desilusión, la familia alrededor de la mesa, los entierros, las cocinas, el pocillo del café junto a la hoguera, el amor, los crepúsculos, las brumas, el deber, el cielo, los rostros, los caballos, las barras de los bares y esa cosa tan manida que llamamos existencia”.
Os remito a las mil listas que ha elaborado José Luis Vazquez, e incluso a las listas de las “diez de…”, que hemos elaborado muchos osados. Cualquiera de ellas tiene defectos, incongruencias, excesos (o carencias) afectivas por un género o por un autor. Muchas de ellas no tienen incluso ninguna película de John Ford, pero todas ellas están elaboradas con criterios personales que serán tan reales, francos o equivocados como las vidas de los que las han elaborado. Esas listas son el mejor ejemplo del alma de sus autores, y nunca, nunca, igualarán una obtenida a partir de películas perfectas obtenidas a partir de frías estadísticas.