domingo, 20 de julio

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Barricada Cultural

 

La boda (del padre) de mi mejor amiga y otras historias de amor

por Ignacio Gracia

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Hay algunas estadísticas que entre sus datos fríos, miembros de un homogéneo rebaño numérico, encierran dramas dignos de ser recordados. De ser historias llevadas al cine o impresas en libros que sorprenderán a muchos jóvenes, porque pensarán que son relatos inventados, que es imposible que ese cuento fantástico haya podido ser verdad. La clase de cosas sobre las que me gusta escribir.

Como ciertos exámenes que se establecían en Sudáfrica, en plena efervescencia del apartheid. Las leyes raciales reglaban todos los aspectos de la vida social y laboral, incluyendo la prohibición del matrimonio y las relaciones sexuales entre miembros de distintos estamentos. Todos los sudafricanos eran clasificados dentro de una de tres categorías: blanco, negro o ‘coloreado’. La categoría de ‘coloreados’ incluía subgrupos que abarcaban a hindúes, asiáticos, chinos o malayos. La categoría de negros también estaba subdividida en subgrupos en función sus grupos étnicos de origen y en la apariencia, aceptación social y ascendencia. Todas las personas negras poseían documento de identidad que acreditaba su clasificación racial.

Cada cierto tiempo un comité de blancos llevaba a cabo “exámenes” para recalificar a negros y actualizar su situación dentro del intrincado sistema de clasificación racial. Dadas las diferentes tribus, el analfabetismo generalizado y las mezclas entre etnias –y clases-, era difícil establecer diferencias entre la infinita gama cromática que va desde el color café con leche al negro azulado. Debido a las mejoras laborales y de acceso a servicios que asociaba, miles de personas solicitaban anualmente una mejora de su clasificación, siempre solicitando un reconocimiento más cercano al color café con leche. La evaluación tomaba en cuenta sus ‘hábitos, educación, discurso, conducta social y actitud’, y llevaba a cabo pruebas tan surrealistas como comprobar si el pelo del examinado era capaz de sostener por sí mismo un peine durante más de treinta segundos. En ese caso no se concedía la mejora solicitada.

Lo extraño del caso es que junto a las miles de solicitudes de mejora siempre había algún dato estadístico discordante. Existían solicitudes de blancos o blancas para ser considerados mulatos, o para pasar de mulatos a una categoría más oscura. Esas eran las interesantes. Porque generalmente eran de personas que estaban dispuestas a perder categoría social para poder casarse con la persona que habían elegido libremente. Para no amarse a escondidas. Y eso, amigos, en ese país y en esa época, era echarle arrestos al asunto. Para descubrirse. Un síntoma de que el mundo quizás tenga salvación.

Como la curiosa boda del padre de una amiga. Ubíquese en un pequeño pueblecito de la cuenca minera asturiana, al comienzo de los años 50. Tiempos duros. El novio era un ateo convencido y coherente, pero tolerante y respetuoso con las convicciones religiosas de su mujer que quería casarse por la iglesia. Encontró una solución que no traicionara sus principios ni los de su futura, digno de una diplomacia del siglo XXII. Como no quería oír misa, tuvo el valor de quedarse escoltado por sus amigos fuera de la iglesia, mientras empezaba la ceremonia sin su presencia. Cuando llegó el momento de darse el sí, lo mandaron llamar. Pasó respetuoso a la ceremonia, hizo el ritual del casamiento y por supuesto no se quedó al final del culto, porque volvió sobre sus pasos y esperó a la ya esposa en la puerta de la iglesia. Les recuerdo que en la etapa dura del franquismo aquello era imposible. Sólo lo pudo conseguir con la colaboración de muchos amigos mudos, de un cura rojo y de un buen par. Ese tipo de actitudes me devuelven la fe en la condición humana, en que siempre se puede encontrar una solución si se valora lo realmente importante.

El novio murió por desgracia a los pocos años. Tuvo dos hijos extraordinarios que me precio de tener como amigos. El legado genético del padre tenía destinada una cornada para la hija. Afortunadamente la superó hace poco sin problemas, porque además de otras cosas mi amiga heredó las enormes pelotas del padre. Díganme por favor si han visto a alguien irse de vinos según se sale de la quimioterapia. Pues eso, con un par. El tipo de personas que merece la pena conocer.