Bueno, pero no es literal. Nos mantendremos fieles a la cita con todos ustedes a pesar de los ataques despiadados de la canícula. Precisamente, a fin de intentar suavizarla un poco, iniciamos una serie de largometrajes en que los protagonistas practican tan necesaria actividad como es el descanso de nuestras labores habituales.
He elegido para empezar un film muy divertido que nos lleva a los orígenes del veraneo en España: “Novio a la vista”. Estrenada en 1954 bajo la dirección de Luis García Berlanga y con guión del ingenioso Edgar Neville junto con José Luis Colina, Juan Antonio Bardem y el mismo Berlanga, presenta a un granado grupo de excelentes actores de la época, como Jorge Vico (aún muy joven, con 21 años, venía de una gran familia de actores, de hecho también aparece su padre, Antonio Vico, y la saga ha continuado con su hijo, igualmente Antonio Vico), la maravillosa Julia Caba Alba, su hermana Irene (madre de Irene, Julia y Emilio Gutiérrez Caba), Antonio Riquelme (también perteneciente a una saga de actores), José Mª. Rodero, Julia Lajos, José Luis López Vázquez, Juana Ginzo (una de las inolvidables voces de la radio española, en especial la de “Ama Rosa”) o Mª. Teresa Penella (es decir, Terele Pávez con 15 años). Y la intérprete de Loli sería Josette Arno, una actriz francesa.
Nos narra la historia de un grupo de familias que se trasladan desde Madrid a la localidad ficticia de Lindamar durante el verano. Transcurre 1918. Mientras Europa sufre la Primera Guerra Mundial, nuestros protagonistas sufren el calor de la gran ciudad y por eso se marchan de veraneo, porque junto al mar hace mucho fresquito; si supieran en Madrid que ellos tienen que dormir con una manta...
Así que asistimos a una perfecta fotografía de lo que debía ser ese veraneo, que no es igual que irse de vacaciones. Iban a la playa, sí, pero bañarse resultaba casi una temeridad. Primero, porque el agua estaba fría; segundo porque era necesario dejar pasar tres, o hasta seis horas, después de haber comido, aunque fuese un plátano; tercero porque casi nadie sabía nadar, de hecho, se acercaban a la orilla una especie de casetas con ruedas, que servían además para cambiarse, y la gente se bañaba agarrada a unas cuerdas grandes o maromas, ayudados por unos señores a los que se conocía, precisamente, como maromos. Y del sol ni hablamos: mucha gente paseaba con ropa de calle, sombrero, las señoras con sombrilla, los que se lanzaban a utilizar traje de baño... pues eso, era un traje, y alquilaban asientos de mimbre cubiertos.
Irse de veraneo era algo propio de clases pudientes, de la nobleza y de la alta burguesía. En la película sabemos que esto es así porque el padre de Loli es dentista. Y Enrique va al mismo colegio que uno de los hijos de Alfonso XIII, lo que nos queda claro porque desde que sale del Palacio Real hasta su llegada al colegio le acompaña la “Marcha de Infantes”, marcha de honor para los Infantes de España y ahora para determinadas autoridades militares y que, si usted hizo la mili, probablemente la conozca, según me contó mi padre, como “Ya viene el pájaro”, o sea, el general que va a pasar revista. Es una escena muy graciosa la de los exámenes. En esto sí que es igual que ahora, había suspensos y tenían que examinarse en septiembre.
Esta costumbre de irse a la playa se empezó a ver como un tema de salud con los “baños de ola”, corriente que se inició en Inglaterra y llegó a nuestro país bastantes años después. De hecho, la reina Victoria Eugenia comenzaría a practicar estas inmersiones en las aguas santanderinas poniéndolas de moda entre las clases altas.
También como terapia se pusieron de moda los “baños termales”. Una de las familias de nuestra película, aún con mejor posición social, pasa también unos días en Cestona (Guipúzcoa), balneario que funciona desde 1804 hasta nuestros días (se conserva prácticamente igual el Gran Hotel, construido en 1893). Recibió también a miembros de la familia real, nobles y personalidades de diferentes ámbitos.
El hecho de que lo practicara quien tenía posibles permitía que el descanso durase los tres meses de verano, y no unos cuantos días. Tanto tiempo daba para ratos en la playa, excursiones, fiestas benéficas, bailes... y juegos, muchos juegos. Y amores de verano, eso también pasaba entonces.
A Loli, con quince años, su madre quiere vestirla de largo y buscarle un buen partido, como por ejemplo el ingeniero Federico Villanueva. Pero ella quiere seguir jugando con Enrique y sus amigos, lo que dará lugar a una rebelión en toda regla. Sin embargo, el tiempo no pasa en balde y ellos han iniciado un camino para el que no hay vuelta atrás.
Sea como sea, llega el final del verano en una escena que me recordó el último episodio de “Verano azul”. Vuelta a casa, a la rutina, a los exámenes de recuperación (si la escena con el infante era buena, no les cuento ésta) y a los recuerdos de un estupendo veraneo. Bueno, después de todo, hay cosas que nunca cambian.