A mi madre, que nació un precioso 23 de abril.
“Nunca conoces realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has caminado con ellos”. Atticus alecciona a sus dos hijos, Jem y Scout. También les cuenta que el mundo es un lugar imperfecto, un lugar en el que suceden injusticias, pero que alguien debe hacerse cargo de ellas, y Atticus es una de esas personas.
Julián Marías, un filósofo entusiasta del cine, definía el séptimo arte como: “La aparición mágica de imágenes que acaban desvaneciéndose”. Si existe una película que se ajuste a esta definición , sin duda, es la que nos ocupa.
Esta joya imperecedera cumple medio siglo, y le sientan muy bien las canas, más en tiempos en que la banalidad en el cine es su principal lastre.
Desde los títulos de crédito resulta mágica. La preciosa música de Elmer Bernstein nos envuelve en el mundo infantil. Una risa de niña suena de fondo, y quedamos cautivados por el rodar de una canica. De repente, un dibujo de un pájaro, quizás un ruiseñor, que acaba rajado, ¿premonitorio?
Posiblemente nos encontramos ante los títulos de crédito más hermosos de la historia del cine. Luego, la cámara desciende hasta un árbol, donde Scout, la traviesa hija de Atticus, juguetea aburrida con un neumático que le sirve de columpio. Accedemos al cerrado mundo de Maycomb , un pueblo sureño en plena época de la depresión. Un lugareño se dispone a pagar a Atticus sus honorarios en nueces.
Harper Lee, ganadora del Pulitzer por esta obra, nos acerca a su infancia. Es curiosa la coincidencia biográfica entre Harper Lee y Mary Badham, que interpreta a Scout en la película, ambas desaparecieron de la vida pública. Harper Lee después del Pulitzer y Mary Badham, que fue nominada al óscar con tan sólo diez años como actriz de reparto por este inolvidable papel solamente aparece en una película de 1966, “Propiedad condenada” de Sidney Pollack. La voz en off de una Scout adulta sostiene el peso narrativo de la historia. El segundo niño, su hermano mayor, es Jem, el hombre de la casa en ausencia de Atticus, que idolatra en silencio a su padre.
Finalmente, el enclenque Dill, muy probablemente su colega Truman Capote, con el que luego se embarcaría en la extraordinaria aventura que fue “In cold blood”(“ A sangre fría”), que pasa el verano con su tía. Un muchacho muy decidido y con chispa, con el que pronto conectaremos.
Y, ¿ Qué nos cuenta “ Matar a un ruiseñor”?, pues un verano que será recordado por el caso de la presunta violación de Mayella Ewell por Tom Robinson, un negro que trabaja para su padre, Bob Ewell . Pero, ¡cómo nos cuenta ese verano! Nunca estuvo tan bien narrado, cinematográficamente hablando, el hastío del verano en el mundo infantil. Los chicos se aburren, buscan fantasías, entretenimientos, y poco a poco admiran más a Atticus . Los tres están fascinados y a la vez atemorizados por su vecino “Boo” Radley, de carácter huraño. Circulan leyendas oscuras sobre este personaje por el pueblo. Dicen que permanece encerrado en el sótano de la casa y que no se relaciona con nadie.
La película está plagada de escenas memorables, en cada segundo late la emoción. La escena del perro rabioso, por descontado la del juicio, la de la visita furtiva a la casa de “Boo” Ratley, o la que nos enseña a un Atticus atrincherado con sus libros de leyes en la puerta de la cárcel en la que reposa Tom Robinson. Todo fluye y todo tiende hacia un final de una intensidad y una emotividad pocas veces vista en la historia cine.
También se nos habla del poder de las apariencias y como éstas pueden cegar la razón y crear iniquidades. Nos habla de códigos no escritos, de prejuicios, y de la dificultad de abstraerse de este mundo obtuso en busca de un sentido de la justicia.
Pero,¡aún no hemos hablado apenas de Atticus!, fallo imperdonable. Atticus es el héroe silencioso pero necesario, necesario porque defenderá las causas que nadie quiere defender, y lo hará con el ímpetu de la razón, con la elocuencia de la ética. Gregory Peck es Atticus y viceversa. Es difícil encontrar en la historia del cine un personaje que se ajuste tanto al actor, sin duda se trata de una combinación astral. ¿Alguien imagina un Atticus que no fuera Gregory Peck? Al respecto hay que decir que se barajaron los nombres de Spencer Tracy y Rock Hudson. Ese mismo año coincidieron con Atticus, perdón, Gregory Peck en los óscars, un fantástico Burt Lancaster por “El hombre de Alcatraz”, y Jack Lemmon y Marcelo Mastroianni, por dos no menos memorables papeles en “Días de vino y rosas”, y “Divorcio a la italiana”. El premio, claro, se lo llevó Atticus.
En fin, estamos ante una película de valores, cine que nos enseña a ser mejores, a no dejarnos llevar por las apariencias y actuar, en la medida de lo posible con un ideal de justicia. También nos enseña a no caer derrotados nunca, a luchar por lo que es justo y a estar al lado del desheredado. El que suscribe piensa que aparte de sus incuestionables virtudes cinematográficas, trasciende un mensaje moral universal que la convierte en una preciosa gema, cuya belleza se nos revela en cada visionado, sin que seamos capaces de aprehenderla por completo.
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