Voy a echar mucho de menos al tío Felipe. Su porte, su clase y su elegancia intemporal. Su decoro, su masculinidad y su absoluta perfección en el cumplimiento del protocolo. Sus setenta años caminando dos pasos por detrás de la tía Lilibeth (así es como la llamamos en familia). Su vida dedicada al servicio de su país (aunque él es griego de nacimiento). Sus chaquetas enceradas de Barbour. Sus rifles de Holland & Holland y sus escopetas de Purdey. Su guardarropa sport de Daks. Sus zapatos de John Lobb. Sus maravillosos uniformes de Johns & Pegg. Su Lagonda coupé de 1954. Sus sombreros de James Lock Hatters. Sus ternos impecables de Hawes & Curtis, de Gieves & Hawkes y la ropa ceremonial de Eves & Ravencroft. Las faldas escocesas de Kinloch Anderson. Nadie ha vestido con mayor dignidad y masculinidad (salvo William Wallace) esta prenda. He leído a Alfonso Ussía que Santiago Amón decía que “nadie en la Historia de la Humanidad había llevado con tanta donosura sus condecoraciones, más aún, sin haber combatido en guerra alguna.” Siempre he admirado su irreverencia y su sutil gamberrismo. La transgresión institucionalizada. En la inauguración de una exposición de un conocido artista inglés, elogió una de las obras de la siguiente manera, dirigiéndose a su autor: “Me gusta. Parece muy adecuada para colgar toallas.” Conocida ha sido su facilidad de trato con nobles y plebeyos……..especialmente si se trata de señoras atractivas. Ahora, a punto de cumplir 96 años ha decidido descansar un poco y dedicarse al campo, la soledad y sus perros. El Reino Unido pierde su clase, su elegancia, su ironía y sus impertinencias, Ussía dixit. ¡Ah!, el tío Felipe es Felipe de Edimburgo.
Combato mi tristeza huyendo de la realidad circundante zambulléndome en la lectura de un libro maravilloso: Fantasmagoría. Magia, terror, mito y ciencia, de Ramón Mayrata (La Felguera 2017). Se trata de una especie de enciclopedia sobre una de esas zonas ocultas de la cultura como es la fantasmagoría, el antiguo espectáculo que consistía en la proyección de figuras por medio de proyectores ocultos. Es un largo viaje que nos lleva desde el teatro de sombras chino hasta Cagliostro, pasando por los altares trucados de Herón de Alejandría; los mecanismos del deus ex machina del teatro griego; el desarrollo de la cámara oscura; los llamados “cuadros con secreto”; el ilusionismo en El Quijote; el teatro catóptrico de Athanasius Kircher; los primeros autómatas y un largo etcétera. Por medio la vida de maestros como Robertson, Phillidor, Houdini, Maskelyne, etc.
Y si Uds. me lo permiten, una recomendación musical. Hace unos días volví a escuchar, después de mucho tiempo, y gracias al exquisito gusto musical de mi amigo Mario Villalón, dueño junto a su hermano David de Angelita, el mejor wine bar de Madrid, a Bruno Martino (1925-2000), el genial compositor, cantante y pianista de jazz italiano, autor de Estate, compuesta en 1960 y que ha devenido en un estándar interpretada por numerosos artistas de jazz, entre los que se encuentran Chet Baker, Michel Petrucciani o Joâo Gilberto. Su canción Drácula Cha Cha Cha formó parte de la banda sonora de la película Two weeks in another town (1962) de Vincente Minnelli, con Kirk Douglas, Edward G. Robinson y Cyd Charisse, una obra maestra. Ello no obstante, mi canción favorita es Rimpiangerai.
El vino de la semana es una manzanilla pasada en rama de Bodegas Barbadillo: La Pastora en formato magnum. Un prodigio de salinidad y punzante profundidad. El formato magnum (un litro y medio) se reserva a unos cientos de botellas, normalmente destinadas a establecimientos hosteleros, pero si tienen la oportunidad de probarla, no la dejen pasar.
Sigan con salud.
Foto: finanzas.com