miercoles, 16 de julio

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Barricada Cultural

 

Cuento de hadas en la botica: El lenguaje del cuerpo

por Isabel Cárdenas

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Puyé es una enorme y polvorienta extensión despoblada de Nuevo México. Un mar antiguo labró cientos de bocas sonrientes y ojos lascivos entre las amarillentas rocas. Los apaches, los utes, los hopis, los navajos y otras tribus del desierto se reúnen aquí. Vienen para bailar y recobrar el pasado. Aquí convocan a los espíritus. También, llegan muchos viajeros que han olvidado a sus dioses. Buscan lo sagrado. Tienen hambre de mito. Todos esperan que caiga el sol para contemplar la Danza de la Mariposa. Esperan el atardecer. Esperan.

De pronto, aparece la vieja Mariposa. Vieja como el alma. Como los pinos y el río. Gorda como la Venus de Willendorf, como la Madre de los Días, la que construye ciudades con un solo golpe de muñeca.

Y salta sobre un pie. Y agita su abanico de plumas hacia adelante y hacia atrás. Quiere fortalecer a los débiles. Su cabello es gris ceniza y llega hasta el suelo. Salta con pisadas que dejan ecos: Aquí estoy, aquí… Ella derrama sobre la tierra el espíritu polinizador de la mariposa. Sus pulseras suenan como cascabeles de serpientes y tintinean como la lluvia. Al bailar, levanta pequeñas polvaredas. Las tribus la observan con actitud reverente.

La Mujer Mariposa es voluminosa porque sostiene el mundo. Lleva el polen de un sitio a otro. Ella une los contrarios. Toma de aquí y lo lleva allí. Un poco es suficiente. Es así de sencilla la transformación. Es lo mismo que hace el alma: un poco de alma sustituye el traslado de las montañas.

La Mariposa bendice a todos, los toca, su cuerpo derrama polen espiritual para todos. Repara y recuerda las antiguas ideas.

La Mariposa nos recuerda que el cuerpo es como la tierra. Que es multilingüe. Para quien sabe leerlo, el cuerpo es un registro viviente. Cuenta a través de su color y su temperatura. El dolor, el calor de la excitación o la frialdad de la desconfianza, dejan su impronta. Todo queda inscrito: las inscripciones de la naturaleza.

El cuerpo recuerda, los huesos y las articulaciones recuerdan. Todas y cada una de nuestras células, recuerdan. Por esto, el valor del cuerpo radica en su vitalidad, su capacidad de reacción y de resistencia. No en los detalles de su forma, su peso, su altura o su edad.

Cada cuerpo es una forma única heredada, es la mezcla de centenares de antepasados y linajes ancestrales que –si no se disimula ni disfraza- transmite y expresa importantes y valiosos tesoros espirituales y psicológicos.

Conservar la alegría del cuerpo natural, recuperarlo, no torturarlo con frívolas modas, rechazando las proyecciones despectivas, o sea, aceptando el cuerpo que hemos ido cincelando a lo largo de la vida con miles de emociones, es equivalente a tener en la botica un magnífico bálsamo contra la apatía y la tristeza.

 

(Documentado en la obra de Clarissa Pinkola)