Si capital lo es por generar otros pecados, la soberbia es el pecado capital de los capitales, es la fuente de la que emanan los demás, el pecado de Lucifer por querer ser como Dios, es en definitiva, el “origen del mal”.
En psicología y psiquiatría es considerada como un trastorno de la personalidad, el narcisista. Y no sólo es aquél que está enamorado de sí mismo, que suele ser el término coloquial del narcisista, sino con más aspectos propios de la arrogancia y de la soberbia, como son: considerarse especial, es explotador, carece de empatía, exige admiración excesiva, es envidioso, pretencioso, arrogante. Todo un cúmulo de valores que rondan en torno a la sobrevaloración del Yo, entendiendo este Yo como la parte consciente y cognitiva de uno mismo que sirve de puente entre el ello y el superyó, entre los impulsos naturales y el “controlador” cultural, educativo y social. Esto explicado en términos muy básicos y simples.
Más allá del pecado, buscando la causa del trastorno narcisista, dónde aparece, dónde se cuece, qué hace a uno ser narcisista aún a sabiendas de que lo está siendo pero no puede controlar este desorden que uno mismo considera como normal y no patológico, no parece claro encontrar de manera clara dónde se cuece. Tan sólo aparece en un estudio de Groopman y Cooper (2006), “El trastorno de personalidad narcisista”, en el que explican cómo desde la más tierna infancia, casi en la cuna, se fabrica al narcisista. Llanamente es: a base de elogios excesivos, severo abuso emocional, padres manipuladores cuyo comportamiento el niño aprende, indulgencia excesiva y poca fiabilidad en el cuidado paterno, todo esto unido a un temperamento hipersensible al nacer.
La soberbia, como el resto de los pecados capitales, se equilibra con una virtud y en este caso es: con humildad. Pero la humildad, como virtud manejable, es fácil de sacar al ruedo de la vida, es la modestia en cada acto, palabra, pensamiento u obra. En cambio, si la soberbia está afianzada fuertemente como patrón de conducta, como tornillo alrededor del cual giran el resto de comportamientos y rasgos secundarios propios, aquí ya no podemos confesarnos y después castigarnos con una penitencia para salvar nuestra alma, que puede que en el reino de los cielos sea suficiente pero aquí, en la vida terrenal, en la sociedad grupal, hay que trabajarse más profundamente este patrón básico de conducta para tener presente constantemente que, sacar a pasear al soberbio suele traer consigo precisamente lo contrario a lo que se espera, y no es sino el rechazo de los que deberían adularte por considerar lo que nunca serás capaz de admitir, que no eres superior a nadie, sino más bien lo contrario.
Seguro que más de uno sabe reconocer estos rasgos en personas cercanas. No se desanimen, vivimos en la sociedad donde el narcisismo invade todo a fuerza de machacarnos que la completud, se compra con dinero y por eso, cuanto más tienes, más eres. Pobre sociedad, más pendiente del tener que del ser.