jueves, 1 de mayo

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Barricada Cultural

 

Pecados capitales. Avaricia

por L. Mariano Carmona Rodríguez

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En el cristianismo es un pecado contra Dios porque el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales. Es un deseo desordenado de poseer riquezas, status o poder más de lo que uno necesita. En el Islam es un pecado mayor, el retener con avaricia aquello que Alá les ha otorgado con generosidad (rehusar pagar el zakat, limosna o impuesto). De acuerdo al budismo, la avaricia es uno de los tres impulsos destructivos, de los tres venenos, que constituyen la causa fundamental de todo sufrimiento junto al odio y la estupidez. Podríamos seguir buscando sobre la avaricia en otras religiones o doctrinas espirituales y siempre encontraríamos a la avaricia o la codicia colocada en la lista principal de las miserias humanas.

Pero aparte de la concepción religioso-espiritual-ético-moral, también hay referencias en el campo psicológico. Para Freud y el psicoanálisis, es uno de los rasgos principales del neurótico obsesivo junto al orden y la terquedad. Pero la avaricia se presenta como un síntoma (neurótico) por tanto y como tal, no es un pecado.

Otro ilustre psicólogo, Erich Fromm, cita sobre el término en cuestión: “La avaricia es un pozo sin fondo que agota a la persona en un esfuerzo interminable por satisfacer sus necesidades, sin llegar nunca a conseguirlo”. Son los yonquis del dinero, del poder, enganchados como si se tratara de una droga.

No es mi estilo ni mi intención usar tecnicismos o exposiciones que no sean fáciles de comprender, quiero explicar cómo se ha convertido la avaricia en una expresión sintomática (insisto, por tanto no es un pecado) que algunos tienen más que forjado en el carácter personal. Para ser avaro no hace falta ser multimillonario, pero sí que está instaurada la avaricia en todo aquél que posee mucho más de lo necesario, con matices, porque detrás de la codicia están las motivaciones para acaparar riqueza: motivaciones de poder, sexuales, seguridad,… miseria humanas todas. Y aquí es donde la sociedad capitalista, la cultura occidental aparece como detonante alentadora de la avaricia, nos empuja a tener más de lo necesario y aquí sí que estamos casi todos incluidos, con una excepción, los niños. Si observan cómo se comportan los niños, los más pequeños, los aún puros, cuando una piñata rompe y caen al suelo cantidades de chuches casi siempre exageradas, en este repetido experimento de cumpleaños, verán cómo los niños pequeños no acaparan los dulces sino que irán cogiendo según vayan consumiendo, en cambio los mayores intentarán recoger todos los que puedan alentados casi siempre por los padres que trasladaremos nuestros deseos de avaricia a nuestros hijos y éstos lucharán por poseer más de lo que en ese momento necesitan. Podemos asegurar que es un comportamiento aprendido por regla general, con su carga hereditaria en mucha o poca cantidad.

Es nuestra sociedad, nuestros miedos y nuestros valores occidentales quienes nos adoctrinan para que este pecado capital se haya convertido en un valor añadido que hace a la persona más poderosa, más influyente, más segura, más triunfante, más atractiva, más de todo pero a la vez, menos feliz. Se cumple el axioma de que “no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”. Y a partir de aquí, que cada uno se entienda con sus tesoros, sus deseos, sus necesidades, sus pecados y a la vez, su penitencia en la Tierra que será también, el veto para entrar en el Reino de los Cielos.

 

Foto: www.museodelprado.es