miercoles, 24 de abril

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Opinión

Lo legal, lo moral y lo social

Por Fermín Gassol Peco

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Nuestra sociedad tiene perfectamente establecido un complejo articulado de acuerdos y pactos para todas las circunstancias y actuaciones que puedan darse. Desde un punto de vista legal todo está aquilatado, dando así respuesta a múltiples situaciones de todo tipo; y cuando este estado de equilibrio debe ser modificado se hace en base a otros acuerdos más en concordancia con las necesidades que la sociedad demanda. Porque el “diálogo social” debe estar sometido a un lenguaje previo que todos entendamos de antemano que aquí no valen ocurrencias a posteriori.

Lo legal no hace sino establecer los derechos y deberes, los espacios asignados a cada ciudadano y a cada colectivo. Digamos que cada situación de legalidad es como una célula situada junto a muchas otras que si bien limitan llegando incluso a tocarse, en ningún momento entran en conexión una con otra. De esta manera cada célula tiene perfectamente definido su territorio y cometido, quedando todo ordenado aunque no necesariamente comunicado y menos aún entrelazado.

Pero estas células están sumergidas en un recipiente que contiene a todas y presenta su propia dimensión; este recipiente es la sociedad; de esta manera ninguna célula puede salirse de este organismo que la integra y si lo hace está destinada a morir por inanición.

Además de esta limitación de espacio que tales hechos conllevan, la disposición nunca es estática, sino que cada célula tiene vida y problemas propios, es decir que lo legal abarca a personas con libertades y estos límites que en principio parecen inamovibles, puede realmente acabar rompiéndose, ocasionando necesariamente una intromisión de unas sobre las otras, situación para la que el sistema legal no tiene respuesta, entre otras cosas porque no es su cometido. Para ello de lo único que consta “lo legal” es del poder sancionador pero nunca podrá pretender implantar el poder de convicción que está reservado al moral.

Es aquí donde el ser humano ha de tener un talante completamente distinto al que tienen los perros de una rehala cuando uno de ellos escapa de su atadura y los demás lo atacan a muerte. El hombre, como ser inteligente, moral y social está dotado del sentido de relación debiendo saber que su razón de ser no es la soledad sino la convivencia.

Y es aquí donde aparece la conciencia de sus actos, la ética, la moralidad de su comportamiento, aquello que por encima de los derechos adquiridos y de las leyes que le amparan, hace que renuncie de manera voluntaria a ese cerco que le protege en favor de los demás. La libertad muchas veces consiste en renunciar a esos derechos, por beneficio del bien común, sobre todo cuando con este gesto posibilitamos que algunos puedan llegar a tenerlos. Ese es el fin de la solidaridad humana, por eso nos cuesta tanto profundizar en ella con los hechos, porque supone una constante salida de nosotros mismos.

El resultado de estos tres aspectos, legal, moral y social, tienen su reflejo en los distintos niveles de comportamiento dentro de la especie humana: La coexistencia, la convivencia y el compartir nuestra existencia. Coexistir, convivir y compartir, tres conceptos que comienzan y terminan escribiéndose de igual forma y que sin embargo responden a situaciones y actitudes distintas.

Coexistir siempre aparece como algo obligado por la ley, mientras que convivir es algo entre obligado y necesario, al principio costoso pero luego gratificante moralmente, mientras que compartir es algo totalmente voluntario y supone para quien lo hace el cénit de la libertad, generosidad y grandeza. Es el exponente de la plena solidaridad, cual es la fraternidad.