miercoles, 24 de abril

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Opinión

¿Original o copia? Lo mismo da. (La autora de las Meninas)

Por Fermín Gassol Peco

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Hace unos días asistía a una representación de “La autora de las Meninas”, obra escrita y dirigida por Ernesto Caballero e interpretada por una genial Carmen Machi. Una pieza teatral que trata de temas políticos actuales aunque la acción transcurre en 2037. Su mensaje central, amén de otros, ha de ver con la falta de utilidad social que suponen la cultura y el arte para el entonces partido gobernante “Pueblo en pie”, pensamiento del que después y por distintas estrategias políticas participan partidos de derechas e izquierdas.

Ante la crisis económica que sacude a nuestro país y para solventar problemas de déficit sociales, la ministra de “Igualdad y Asuntos Sociales y de Género”, con competencias de cultura asumidas, ordena la venta del patrimonio artístico español. Así, una “mujer del pueblo”, calificativo con el que se hace referencia a la ministra, tiene la idea de vender a los árabes el cuadro de las Meninas y para salvar el descalabro, encarga a una monja una copia del cuadro más famoso de Velázquez, imitación que debe resultar perfecta. De esta manera el pueblo quedará conforme pues dará por bueno el cambio, expresando así la idea de fondo: Otorgar el mismo valor a una copia que a la obra original. Y como culmen de su brillante y democrática idea, la ministra encarga a la directora del Museo del Prado una exposición donde se exhiban únicamente las copias realizadas; todo un alegato del autor sobre la falta de respeto a la importancia del arte original y único.

 Cuando esta monja se da cuenta de sus posibilidades creativas y comienza a impregnar al cuadro de su impronta personal, la orden que recibe es que debe ceñirse a lo mandado, en clara referencia ahora a la férrea dictadura del pensamiento único.

Se trata pues de una sátira distópica, como indeseable utopía, sobre la manipulación y desprecio del arte excelente y capacidad cultural de los ciudadanos y como denuncia a un ataque a la creatividad y trascendencia de obras únicas en la historia.

Una genial obra en la que su protagonista se niega a la democratización indiscriminada de la excelencia en todos los ámbitos de la cultura y al derrumbamiento del conocimiento del arte en todas sus expresiones, que pretende situar, a modo de ejemplo y a decir de su propio autor, en un mismo plano de importancia una pegadiza canción del verano y el Requiem de Mozart.

Todo un alegato en definitiva, contra la democratización del arte considerado no como elevación del nivel cultural de la ciudadanía sino todo lo contrario, viendo al arte original y único como una superestructura opresora para los verdaderos intereses del pueblo. Un claro mensaje que pone en evidencia el principio populista de igualar a todos, pero por abajo.