jueves, 25 de abril

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Haciendo las américas

La vida en dos idiomas

por Lola Romero (Houston)

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Es muy frustrante que después de casi cuatro años aquí, todavía haya días en los que el inglés se me resista. Se me escapan los mecanismos del cerebro por los que un día soy capaz de comunicarme sin problemas, con una pronunciación bastante correcta, y con un vocabulario que fluye sin muletillas ni “patadas”, y al siguiente trato de explicar algo y me quedo en blanco, o pongo mal el verbo o en lugar de pronunciar lo que quiero, acabo diciendo algo escatológico o malsonante…

Me consuela algo que no soy la única que lo piensa, ya que esto es un comentario común entre los españoles: todos tenemos esos días “nublados”, en los que hasta entender lo que te dicen te cuesta el doble. Y si le sumamos alguna conversación donde más de la mitad de los que hablan son texanos, pues hasta en el mejor de los casos hay algo que te pierdes seguro. Al final te acostumbras a estos altibajos, pero de vez en cuando yo no puedo evitar sentirme frustrada, quizá por mi trabajo como reportera, y mi vocación de periodista, siempre preparada para hablar con propiedad y con más vocabulario, digamos, que el usado en la vida cotidiana.

Me ha dado por pensarlo últimamente, porque me da pena que a veces hasta tenga que renunciar a ser yo misma porque no me puedo expresar en inglés como lo haría en español. Me molesta no poder contar mis vacaciones en España con pelos y señales porque no sé cómo se dice tal o cuál palabra, o sonar menos convincente en una reunión porque no me sale la expresión adecuada, o notar como un interlocutor pierde el interés enseguida porque tiene que esforzarse en entenderme. Y también me da rabia no poder hacer bromas o jugar con los dobles significados como haría en español, y esto ya no sólo por cuestión de idioma, claro, sino también por la diferencia cultural.

Evidentemente, no todos los días pasa esto por mi cabeza. Porque, y esto creo que lo he escrito antes, al final te acostumbras a funcionar en otro idioma entendiendo sólo el 85-90% de lo que escuchas, sacando el resto del contexto y tu conocimiento sobre el tema del que estés hablando. Se hace automático y dejas de plantearte la pereza que da conectarse por teléfono a una reunión en inglés, por ejemplo. Aunque cuando resulta que esa misma reunión la puedes hacer en español porque es el primer idioma de todos los que participan… se nota enseguida la diferencia.

Ahora también tengo que escribir en inglés todos los días, y no pocas líneas, y aunque yo creo que eso se me da un poco mejor que el “habla”, también noto que tardo el doble en componer algo. Y siempre queda la duda de si se entenderá lo que quiero decir, o de si había una forma mejor o una frase hecha para expresarlo.

Sin embargo, los americanos del trabajo suelen decir que nos admiran porque podemos desenvolvernos en dos idiomas, y más de una vez me han comentado que ojalá ellos pudieron hablar español como nosotros hablamos inglés. Cuando tienes un día de los difíciles, que te digan eso, o que parezca que comprenden tus dificultades, ayuda un poco a relativizar y poner en perspectiva lo que has logrado o mejorado a lo largo del tiempo que llevas fuera. Mitiga un poco la frustración, o al menos, la frena. Pero no la cura.

Por eso en los días difíciles, me encanta que cuando llegamos a casa después del trabajo y del “cole”, mi hijo me pida ver los dibujos “que hablan como en casa”, su manera de decir que quiere que le pongamos dibujos en español. Estamos encantados de que el niño, de momento, esté creciendo bilingüe, y de que se exprese correctamente a sus 4 años en inglés y en español. Pero secretamente, siento cierta satisfacción de que el niño prefiera el español para relajarse en casa. Bastante inglés hablamos ya a lo largo del día…

Foto: http://www.globallinguals.com