jueves, 18 de abril

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Haciendo las américas

La canción del verano

por Lola Romero (Houston)

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Súbeme la radio, que esta es mi canción…

Canta Enrique Iglesias cuando pongo en marcha mi coche para ir al trabajo. Nunca he sido fan suya, pero la canción me gusta, así que la dejo y miro de reojo a mi hijo en su silla. Faltan segundos para que pregunte: “Mamá… ¿y la de Despacito?”

Sí, nos ha poseído el Espíritu de la Canción del Verano. Y es que ni los americanos se libran de los sones zumbones, “cálidos”, cuando llega el estío. Y en inglés o en español, da igual, porque la tendencia es la misma.

Sin embargo veo, oigo y leo que este verano es un poco diferente. El “Despacito” se ha colado en todas las emisoras, y aunque sea en la versión con Justin Bieber, se le está dando mucho bombo como la primera canción en español (yo diría que es más bien spanglish, pero bueno) que ha llegado al número 1 de las listas americanas desde 1996. Veintiún años han pasado desde “La Macarena”, o más bien desde la versión electrónica que catapultó a Los del Río en estas tierras. Madre mía, ¡La Macarena!. Y antes de esa, sólo “La Bamba” llegó a lo más alto en 1987.

Por un lado, hay que reconocer el mérito en esto, en lograr mantenerse semanas en el número 1 en un ambiente hostil en general hacia el español, pero por otro… ¿de verdad es una canción tan especial? No debo ser la única que se pregunte esto, ya que hay hasta quien echa mano de un estudio del Departamento de Psicología de la Western Washington University para demostrar “científicamente” qué tiene la melodía de Luis Fonsi para que se “pegue” tanto. Al parecer, existen tres elementos clave: que el intérprete diga la palabra o palabras del estribillo sílaba por sílaba, que haya variedad de sonidos (rápidos, lentos, agudos y graves) y que el cantante o la cantante tenga una voz más bien aguda, que nuestro cerebro asocia con más fuerza y energía. Todo se cumple en el “Despacito”.

Pero además, ha corrido por la red estas semanas el análisis del productor musical Nahúm García sobre la canción. Según él, la “magia” reside en una anomalía del ritmo: hay un parón justo antes del estribillo que rompe el esquema esperado por nuestro cerebro. Cuando escuchamos una canción muchas veces pierde interés para nosotros porque ya sabemos lo que viene después, somos capaces de anticipar el ritmo, pero con el “Despacito” y su singularidad rítmica, es como si nuestro cerebro siempre la escuchara por primera vez. Traducido: no perdemos el interés, por eso no nos la podemos sacar de la cabeza, aunque la odiemos.

Pero no es justo reducir la canción del verano al “Despacito”, al menos aquí en Estados Unidos. Este año, mi cuarto ya aquí, oigo más español cantado que nunca. No pasa un día sin que Enrique Iglesias, Maluma o Shakira con el “Me enamoré” sacudan las ondas de las emisoras musicales memorizadas en la radio de mi coche. ¿Influencia de los hispanos, que rondan casi ya el 20 por ciento de la población en Estados Unidos? ¿Rechazo encubierto a la presidencia de Trump, como he llegado a escuchar por ahí? ¿Simplemente moda musical? ¿O reconocimiento por fin a un tipo de música con millones de seguidores?

Sólo el tiempo puede contestar, supongo. Así que, mientras, seguiremos disfrutando del verano y de su música… O sufriéndolos a ambos, según los casos…

Súbeme la radio que esta es mi canción.

Siente el bajo que va subiendo,

vamos a ser feliz, vamos a ser feliz,

felices los 4.

Es lo que andaba buscando,

el doctor recomendando,

todos mis sentidos van pidiendo más.

Esto hay que tomarlo sin ningún apuro:

Des-pa-cito.