jueves, 28 de marzo

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Haciendo las américas

"Como desees"

por Lola Romero (Houston)

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Recuerdo soñar con aquella película, con los protagonistas, sus aventuras, la historia dentro de la historia, los momentos divertidos, y las palabras que entretejían el argumento: “Como desees” decían todos en algún momento.

Hablaba hace poco de “cuestiones sentimentales y recuerdos de la infancia”, y como si mi reflexión sobre el paso por el colegio hubiera conjurado las memorias de una época, casualidades de la vida, apareció en diferentes medios que se cumplían 30 años de “La princesa prometida”.

La han repuesto no sé cuántas veces en las sobremesas de días festivos en casi cualquier cadena española, pero conozco bastante gente que nunca ha oído hablar de ella. Que no saben quién era Íñigo Montoya o el Pirata Roberts. Y es que si no la viste de niño, es difícil sentarse hoy a ver de qué va… (¡Hacedlo, no os arrepentiréis!)

El caso es que se estrenó en 1987, y aunque aquí en Estados Unidos no fue un “boom” de taquilla, con los años se ha convertido en una película de culto. Por eso creo que tiene más mérito todavía el hecho de que mi hermana y yo la pudiéramos ver un año o dos apenas después de estrenarse, aun cuando en España tampoco tuvo mucha publicidad. Así que las gracias tenemos que dárselas a mi madre y al “cine” que organizaba con sus alumnos de Villahermosa algunos viernes. Alquilaba las películas en el videoclub de Infantes y tras verlas en el cole, las traía a casa y nos las ponía a mi hermana a mí. Así vimos “Los Goonies” también, y algunas más clásicas como “La bruja novata”. Pero “La princesa prometida” siempre tuvo algo para mí que la hacía especial.

Por eso la primera vez que oí a mis compañeros americanos hablar sobre ella comprendí que era universal, que los referentes culturales y de valores que va desgranando la trama son los mismos independientemente del país en que la veas, del idioma, y hasta de las circunstancias. A mis compañeros, que la vieron en el cine de una pequeña ciudad del oeste texano con nueve o diez años, y comiendo palomitas sin cesar, les pareció igual de especial que a mí, que la vi en mi casa, un invernal sábado por la tarde, probablemente merendando un trozo de pan con chocolate. Todos entendimos de qué iba, nos reímos con las mismas gracias, aborrecimos igual a los “malos”, soñamos en algún momento ser la princesa Buttercup, o Westley, o la sombra del Pirata Roberts, o el valiente Íñigo Montoya.

Si lo pensamos ahora, no llama mucho la atención. Todos los fines de semana se estrenan películas que vienen de América, la gente más o menos de mi edad compartimos el mismo “ciencia-ficcionario”: vemos las mismas series de Netflix, leemos los mismos libros “de moda”, alucinamos igual cuando vimos por primera vez Parque Jurásico, y últimamente, esperamos como agua de mayo que Jon Nieve se asome a la pequeña pantalla cada verano. Milagros de Internet y la globalización.

Pero en 1987, el acceso a las salas de cine estaba ligado a la vida en las ciudades, lo que dejaba entorno a un 70% de población bastante fuera de onda de los estrenos cinematográficos. Además, aparte de alguna cadena autonómica, sólo TVE podía sintonizarse en los televisores, y los ordenadores sonaban completamente a ciencia ficción… a película.

Por eso, comprobar, pese a las diferencias de cultura e idioma, que la película que tanto me ha gustado siempre, está también entre las favoritas de mis colegas a este lado del charco, me reafirma en mi idea de que “La princesa prometida” es uno de esos clásicos que no envejecen y que trascienden fronteras, porque treinta años después seguimos hablando de ella con casi la misma ilusión que cuando la vimos por primera vez.

Y hacemos bromas con aquello de “Me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir”, y la defensa del honor “a la española”, que según los americanos, sigue más o menos presente en nosotros. “Como desees” respondemos inclinándonos. Y nos reímos, como niños, durante un buen rato.

 

Foto: www.fotogramas.es