jueves, 25 de abril

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Estreno en Royal City

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Las uvas de la ira ()

Director: John Ford

Intérpretes: Henry Fonda, Jane Darwell, John Carradine, Charley Grapewin, Dorris Bowdon, Russell Simpson, John Qualen, O.Z. Whitehead, Eddie Quillan, Zeffie Tilbury

Sinopsis: Tom Joad (Henry Fonda) regresa a su hogar tras cumplir condena en prisión, pero la ilusión de volver a ver a los suyos se transforma en frustración al ver cómo los expulsan de sus tierras. Para escapar al hambre y a la pobreza, la familia no tiene más remedio que emprender un larguísimo viaje lleno de penalidades con la esperanza de encontrar una oportunidad en California, la tierra prometida.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Curioso, la mejor películas de izquierdas de la Historia del Cine fue dirigida por un señor, John Ford, que más bien estaba alejado de esa… y me atrevería a afirmar, de cualquier otra ideología que no fuera un yanquismo “militante” y nada babeante, de un liberalismo en toda regla. Tal vez sea la demostración más que palpable de que las ideologías resultan todo un lastre para definir a las personas, como bien viene mostrando en los últimos años el cine de Clint Eastwood, un heredero si no directo, sí bastante coherente con el legado fordiano.

LAS UVAS DE LA IRA es un comprometido y lírico canto a la solidaridad, por extensión a los oprimidos de cualquier época o lugar, y en contra de la injusticia social y la explotación. El mejor retrato posible sobre esa devastadora Depresión que asolara a los Estados Unidos  de costa a costa en los años 30.  

Puede resumirse en ese discurso que un estremecedor Henry Fonda dice a su madre, una imponente Jane Darwell, en la penumbra de la noche, antes de partir hacia un destino incierto: “Allí donde haya un policía pegando a un muchacho, allí donde haya una lucha contra la sangre y el odio en el mundo, mírame allí mamá porque allí estaré. Allí donde haya alguien luchando por asentarse en algún lugar, o por un trabajo decente o una mano amiga, allá donde haya alguien que luche por la libertad, mira en sus ojos mamá porque allí estaré yo”. No hay necesidad de más comentarios.

Apostilla:

“No podrán con nosotros, no podrán destruirnos porque nosotros somos la gente, el pueblo”. Esto que espeta con plena convicción la admirable, fuerte, tierna y amorosa Ma Joad en el plano final de este prodigio plenamente, o más que nunca, vigente ochenta años después, es el espíritu, la sustancia fundamental, la savia y el cáñamo de esta “road movie” social y airada sin proclamas.

Sí, porque como suele ser norma en el gran cine norteamericano cuando aborda asuntos políticos, espinosos o de esta índole, no recurre al gimoteo, ni a la consigna, ni al panfleto, ni al maniqueísmo. Como le ruega Jane Darwell a su hijo, no se deja llevar el rencor, porque si no se sería igual que los malos, que lo que denuncia. Resulta ejemplar como esa familia que lo tiene todo para enrabietarse y arremeter contra todo y todos, y como ella otras tantas, apelan a algo tan consustancial de la sociedad estadounidense como luchar, pelear, no auto lamentarse, poner el turbo –y no es nada fácil a la tartana que los acoge- del afán de superación. Se puede comprobar también en BOYHOOD, no están permanentemente suplicando, intentan remontar por ellos mismos, aunque la situación, la injustica, los elementos no se lo pongan nada fácil.

Tanto John Steinbeck, el autor de la formidable novela original como John Ford, no se dejan arrastrar por el abatimiento, por la derrota, pese a lo que lo mostrado sea tremendo en muchos momentos,  sino que se aferran a la esperanza pese a ocasionales e inevitables bajonazos.

Casi ochenta años después de su gestación, se muestra más actual, más moderna que nunca. Personajes como la de esa impresionante madre, ese digno Henry Fonda o ese predicador que ha perdido la fe porque, entre otras cuestiones, le parece más importante ayudar a las criaturas terrenales y necesitadas.

Se encuentran acogidos por el manto de luces y sombras, la emulsión impresionante de la cámara de Gregg Toland, por atmósferas espectrales, repletas de claro oscuros, de expresionismo puro y duro, y si me apuran, hasta con un corte y confección propio del neorrealismo trasplantado a los viñedos californianos, a esa mítica Ruta 66, la que va de Oklahoma hasta el fértil estado que acoge al mayor número de estrellas de cine. Menudo contraste con las gentes sencillas aquí retratadas.

Y es que a Ford le ganó la historia precisamente por eso, por mostrar a gentes humildes, también por eso que le preocupaba tanto acerca de las descomposiciones familiares y por tratar de algo que le resultaba reconocible como era la hambruna que sus antepasados habían vivido en Irlanda.

Par a ello le vino que ni pintado el material literario de Steinbeck, flamante premio Pulitzer del momento. El escritor firmó un contrato por el que el mítico productor Darryl F. Zanuck le extendería un cheque de 250.000 dólares. Por cierto, Zanuck era votante del Partido Republicano y no tuvo inconveniente en auspiciar una obra en las aparentes antípodas de su pensamiento.

Una obra que se posiciona a favor de los eternamente apaleados, humillados, explotados, oprimidos. Y qué bien se podría considerar inspirada en LA ODISEA o en alguna cita bíblica, del ÉXODO por ejemplo.

El tuerto cineasta pondría la guinda, el sabor, el punto especial, logrando una película plena de rabia, energía, vigor, lirismo, compromiso, nostalgia, perdurabilidad. Pura poesía del dolor, del desarraigo, de la luz pese a todo, de la ira, de la indignación, de la dignidad, de la integridad.

No hay quien me quite abundantes momentos de lagrimones a borbotones, como el de esos críos hambrientos, harapientos, apiñados en torno a un humilde y escaso estofado, el fallecimiento de los abuelos o esa despedida entre madre e hijo.

Imprescindible, nadie debería desconocerla. 

 

José Luis Vázquez