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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Jueves, 19 de octubre

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Foto: Grant Williams en El increíble hombre menguante/The incredible shrinking man

-Menudo breve y suculento festín clásico me doy la madrugada de este jueves. Ni más ni menos que un título indiscutible del género fantástico, EL INCREÍBLE HOMBRE MENGUANTE (tHE INCREDIBLE SHRINKING MAN):

Con cada nuevo visionado el placer es mayor.

Los 50 del pasado siglo bien se puede considerar la edad de oro de la ciencia-ficción cinematográfica en los Estados Unidos. Títulos ya míticos como LA HUMANIDAD EN PELIGRO, EL ENIGMA DE OTRO MUNDO, ULTIMÁTUM A LA TIERRA, PLANETA PROHIBIDO, REGRESO A LA TIERRA, LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS o LA MOSCA así lo atestiguan. De acuerdo, que el género cobraría impulso a finales de los 70 y comienzos de los 80, pues la revolución que supuso la nueva tecnología  contribuyó poderosamente a ello, pero la imaginación vertida por parte de aquellos pioneros no creo que fuera igualada.

Como inmejorable ejemplo de mi aseveración, nada mejor que EL INCREÍBLE HOMBRE MENGUANTE. Casi 60 años después de haber sido parida se conserva tan fresca, lozana, original, impactante y sorprendente, como la primera vez que vio la luz en una pantalla.

Fue fruto, fundamentalmente, de la reunión de dos genios, el guionista Richard Matheson (SOY LEYENDA) y el “artesanal” cineasta Jack Arnold, responsable en esa misma década de otros hitos dentro de este territorio, tales como LA MUJER Y EL MONSTRUO, TARÁNTULA o VENIDOS DEL ESPACIO (IT CAME FROM OUTER SPACE).

Entre ambos tejieron un poderoso relato que no deja ni un instante de incrustarte en su subyugante tela de araña. No voy a entrar mucho en su argumento, pese a que su título resulta suficientemente explícito sobre lo que ofrece… y el relato no abandona una linealidad en modo  alguno criticable.

Son varios los que citan como referencia la igualmente desoladora METAMORFOSIS kafkiana. No van nada desencaminados, o desde luego así lo interpreto también. Aquí no muta en insecto el protagonista, un más que desenvuelto Grant Williams, pero sí en cambio le transforma en cualquier caso la reducción de talla. Una excusa perfecta para llevar a cabo profundas disquisiciones sobre nuestra existencia y nuestro propio ser infinitesimal.

En este caso, su progresivo empequeñecimiento va humanizando a Scott Carey, hasta límites conmovedores, plasmados en ese asombroso plano final, algo que me parece de lo más arriesgado para la época, pues despacharse con algo de esas características en un cine de lo más aparentemente intrascendente y comercial muestra verdadero atrevimiento y personalidad.

Además, durante el extenso pasaje del sótano la película adquiere otros registros, connotaciones verdaderamente épicas, una épica de lo minúsculo y de lo insólitamente cotidiano. Hasta el punto que las cosas o los animalitos más aparentemente comunes, un dedal y unas tijeras, o una araña y un gato, acaban adquiriendo proporciones monstruosas y de lo más útiles o amenazadoras.

Precisamente la utilización de esos objetos comunes, en los que no reparamos, se acaba convirtiendo en una tabla, en todo un kit  de supervivencia para el sobrepasado pero enérgico y corajudo héroe.

La banda sonora del trompetista de jazz Ray Anthony acompaña con oportunas ráfagas una acción y un cúmulo de acontecimientos que no decaen ni un instante. No sobra ni falta nada en sus escasos pero medidos 80 minutos.

Hasta los efectos visuales/especiales continúan asombrando hoy en día. Alguna transparencia es ligeramente advertible, pero miren, si nos tenemos que poner finos, hasta en los sofisticados digitales de hoy en día se puede notar también el truco.

Memorable, antológica, inmarchitable.

-No esperaba el llenazo de esta noche en Los Jueves al Cine pues LA LLAMADA (LA LLAMADA) llevaba varias semanas en cartel y había sido aún más estrujada comercialmente con motivo de la Fiesta del Cine:

Pero está claro que los irreductibles e incondicionales de estas sesiones de los jueves son de una fidelidad, una incondicionalidad que me conmueve. Y lo digo muy en serio. 

Apostilla:

Me reafirmo en la primera impresión causada con motivo de su estreno hace tres semanas. Es una película jovial, alegre, luminosa, jacarandosa, muy divertida, jubilosa, de mucha energía positiva.

Y en absoluto me parece irreverente, si acaso todo lo contrario, hasta contenedora de algunos sorprendentes aspectos teológicos fuera de oficialismos, claro. Consigue además algo muy importante, hablar de asuntos delicados sin ofender a nadie. “Reafirmarse sin demonizar a nadie” como bien ha apuntado un colega. Y no quiero ser más explícito por si todavía alguien no la ha visto y le pudiera chafar algún efectivo giro sentimental.

Eso sí, el Dios mostrado, un estupendo Richard Collins-Moore de esmoquin de lentejuelas, resulta completamente atípico. Diríase una variación de aquél Frankie Avalon de GREASE. Sus interpretaciones musicales son enérgicas, destilan mucho encanto dentro de su asumida sencillez.

Lo anteriormente expuesto tiene todo ello mucho mérito porque estamos hablando de una producción modesta, de bajo coste, de escenario reducido pero muy molón (ese campamento segoviano de monjas), un musical de pequeño formato más cantable que danzarín. Nada que ver con aquellos gloriosos títulos con Gene Kelly o Fred Astaire, pero tampoco la maravillosa LA LA LAND aunque los homenajee tiene nada que ver.

Una de sus bazas fundamentales es la de transmitir unas enormes alegrías de vivir, buen rollito, un jolgorio y una ilusión dignas de MAMMA MIA!, por poner un ejemplo relativamente reciente. Vuelvo a salir con una gran sonrisa y desentumecido por abundantes risas y una música de lo más pegadiza. Incluso algún número, versiones de Whitney Houston aparte, como ese bonito homenaje al TODAS LAS FLORES de Soledad Giménez/Presuntos Implicados, ofrece una emoción especial. Muy revelador a la vez de lo que está viviendo el personaje.

No he tenido oportunidad de verla pero parece ser que guarda bastante similitud –su estructura al menos lo es, en el mejor sentido- con la obra teatral, de sorprendente éxito crítico y de taquilla en España, y eso que inicialmente comenzó a despuntar en los dos primeros días de la semana. Con respecto al original, se añade alguna canción y ese comienzo con el grupo de chicas dispuestas a emprender una excursión.

Las cuatro actrices estupendas, tanto las más jóvenes como las veteranas. Muy guapa, muy fotogénica Macarena García; una bomba inyectable Anna Castillo, la sevillana/malagueña de lo más desenvuelta como esa monja con pasado e ilusiones cantarinas y Gracia Olayo, como esa vitalista, dinámica Sor Bernarda de los Arcos, todo un hallazgo. Casi podría decir que constituye una pieza de cámara para ellas, para las cuatro, más alguna puntual aparición secundaria de lo más regocijante, como ese trío de monjas encabezada por la autobusera Sor Chelo que no tiene desperdicio.

Ideal para evadirse de esa deprimente realidad de ahí afuera. Ojalá el mensaje de tolerancia que lleva adosado en cada uno de sus pliegues fuera impregnado  a tantos.