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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Sábado, 27 de mayo

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Foto: Isao Hashizume, Kazuko Yoshiyuki, Satoshi Tsumabuki y Yû Aoi en Maravillosa familia de Tokio/Kazoku wa tsuraiyo

-Antes de proseguir con el desgrane habitual de las películas vistas en el día, una matización. Y conste que no es justificación alguna, pues soy plenamente consciente de mis aptitudes literarias. Se trata más bien de una aclaración necesaria:

Quienes se asoman a leer estos comentarios de madrugada habrán comprobado de vez en cuando fallos sintácticos en los textos y de otra índole o repetición de palabras y expresiones. Ello es debido a la celeridad a la hora de publicar mis comentarios, en muchas ocasiones sin un segundo y adecuado repaso corrector. Prometo atemperar mi impaciencia en pro del mejor entendimiento de lo escupido digitalmente. No ha habido queja por parte de ustedes, esto es más bien una sincera auto crítica, pero queden trasladadas mis disculpas… y espero que mi enmienda. Mis más sentidas gracias por su atención y seguimiento.

-Segundo estreno que veo de los cinco aterrizados este fin de semana en la cartelera del Parque de Ocio Las Vías. Se trata de una producción japonesa, el penúltimo trabajo de un cineasta justamente reputado, MARAVILLOSA FAMILIA DE TOKIO (KAZOKU WA TSURAIYO):

A punto de cumplir 86 años, Yoji Yamada vuelve a ofrecer una lección de cine desde la aparente quietud y la modestia.

Por momentos más divertida sobre el papel que en la pantalla, ello debido en parte a un doblaje esforzado pero de efecto neutralizante, constituye una variante en clave humorística de un reciente y anterior trabajo suyo, UNA FAMILIA DE TOKIO que alcanzaría la Espiga de Oro en la SEMINCI hace cuatro años (en 2013), el cual a su vez constituía una revisión, o un renovado “remake” (ponga cada uno el término que considere más adecuado) del incontestable clásico nipón de 1953 CUENTOS DE TOKIO.

De hecho a lo largo de su desarrollo es patente la influencia tanto de su antecesor como de la obra maestra citada. La culminación de ello lo advertirán aún más explícito hacia el final, que rinde sin ambages y sin ocultación alguna, un directísimo homenaje, a las claras, cuando el abuelo está viendo en televisión la susodicha.

Y es curioso, leyendo a buena parte de mis colegas, con los que estoy de acuerdo en un buen porcentaje, aunque yo dado lo blandito que soy con aquello que me agrada subo algo la nota de ese aprobado alto que conceden de media a esta pieza intimista y socarrona, quisiera destacar también ese carácter relativamente bufonesco y gesticulante que gasta, pero que creo advertir deriva hacia una cierta melancolía en sus últimos compases.

Dejando claro que el humor que despliega es más de sonrisas que de risas, aunque contenga también más de una resolución hilarante. Eso sí, y aquí es donde quisiera poner más el énfasis por si pudiera pasar más inadvertido, tras su fachada ligera encontrarán asuntos mayores, bastante dramáticos incluso, aunque no se acaben manifestando ostentosamente como tales. Ya que por ejemplo en sus pliegues habla de la soledad, un tema que suele acompañar la obra del Yamada del siglo XXI. También de como una institución como la familiar, que se creía sólida, se tambalea ante estos nuevos tiempos. O de los estragos, por sutilmente expuestos que estén, que provoca el paso del tiempo. O de los desmoronamientos de nuestros entornos más afectivos. O de cómo la mujer se mantiene inmutable en una sociedad que hace gala de un machismo todavía no superado.

Llegado a este punto observo el que tal vez resulte el mayor reproche que pudiera hacer. Primero, por el hecho de que esos ramalazos machistas no sé hasta qué puntos están contemplados un tanto frívolamente o exista una clara intencionalidad crítica (la reunión familiar en la que se discute la decisión que sustenta el entramado no lo aclara precisamente). El segundo, es que me hubiera gustado –ya, ya sé que esa sería lógicamente otra película y no esta- conocer las razones de esa matriarca para querer separarse de su marido, hurgar más en su necesidad de libertad.

Sí, en cambio, se exponen claramente los efectos de su decisión en los miembros (con sus tipologías tópicas y diversas, desde un yerno bobalicón y cenutrio a la sensible novia de uno de los hijos, algo ya presente en su antecesora, pues los personajes son los mismos) de uno de esos clanes de clase media del país del Sol Naciente que, cada vez más, tanto se parecen a los nuestros, dada la galopante occidentalización a la que ha llegado dicha sociedad, otro de los temas habitualmente presentes tanto en la obra de Ozu como en la de Yamada.

A este agradezco que tire de buen rollo y de alegría de vivir sin descuidar el análisis para contarme esto, que no me aburra en ningún momento aunque la acción se concentre en reducidos espacios propios de una sitcom, que la sobreactuación que imprime a sus actores no me resulte molesta, que el dosificado sentimentalismo vertido sea contenido, que sea muy reconocible esa cotidianidad hogareña que retrata, que tras ese barniz ligero incruste hondura y reflexión… que el vodevil propuesto sea ameno y se me pase muy rápido.

Es francamente agradable y serena. Va entrando como el sake, embriagando sin que casi me dé cuenta. E Ishao Hashizume como viejo cascarrabias y Kazuko Yoshiyuki como su templada esposa están espléndidos.