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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Lunes, 24 de abril

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Foto: John Wayne y Robert Mitchum en El Dorado/El Dorado

-A raíz de haberla sacado a colación en uno de sus brillante artículos PL Salvador, no saliendo demasiado bien parada precisamente, vuelvo a revisar por curiosidad LOS AMANTES PASAJEROS, el penúltimo e infumable trabajo de Pedro Almodóvar –se redimiría del todo con JULIETA- y me ratifico no solamente expuesto por el buen amigo sino por lo que ya indicara en plena portada de este periódico con motivo de su estreno:

Estreno muy relacionado con Ciudad Real, con la capital, más concretamente con el Aeropuerto, al haber sido allí localizadas varias escenas. 

Ese paisaje desolador y abandonado que muestra el ficticio pero muy real Aeropuerto La Mancha en el último trabajo de Pedro Almodóvar, el decimonoveno de su carrera con formato de largometraje, es el que invade mi ánimo durante/y a la finalización de su proyección. Me resistí a ver, en esta ocasión, las críticas que algunos de mis colegas efectúan los viernes en diversos periódicos nacionales,  para así no sentirme mediatizado o condicionado. Pero tras el visionado, cuando ya me he forjado mi propia opinión y decido contrastarla con la de ellos, asisto relativamente sorprendido a que el primer calificativo que se me viene a la cabeza es compartido con el manifestado por una considerable mayoría. Y les puedo asegurar que no soy nada pero que nada corporativista. Más bien todo lo contrario, como en tantos aspectos de mi vida, voy por libre. Pero al grano, el calificativo en cuestión es el de… sonrojante.  

Definitivamente, el cineasta calzadeño, sin ser nunca excesivo santo de mi devoción, aunque reconociéndole méritos y algunos notables títulos (MUJERES AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS, LA FLOR DE MI SECRETO, TODO SOBRE MI MADRE, VOLVER) y también un admirable sentido del marketing, parece haber perdido el oremus creativo, o sencillamente, se le ha ido la inspiración. LOS AMANTES PASAJEROS nada dista del cine casposillo y garbancero que padecimos algunos y del que tanto nos quejamos en su momento, perpetrado por Mariano Ozores y compañía. Como en aquél, la pobreza de personajes y de diálogos no deja de sorprenderme para mal. Por ejemplo confundir la palabra llamada con mamada, o utilizar hasta el hastío la palabra maricón como expresión graciosa y marca de fábrica, es algo que me parece de una mediocridad y una pobreza imaginativa lamentables.

Y no tengo nada claro qué ha intentado su autor con este trabajo. Parece ser que una comedia si lo pretendía, pero la gracia, la chispa y la frescura que otrora al menos, salpicaran alguna de esos títulos meritorios anteriormente citados, aquí brilla por su ausencia. Y si ha habido un planteamiento más ambicioso, lo digo por aquello de retratar esa tripulación adormecida, unos cuantos personajes despiertos pretendidamente representativos de la triste España actual y de una cabina de mando que apuesta por el hedonismo más palizas recuperador del estilo de la Movida, desde luego el resultado no puede ofrecer menos entidad, gracia, ingenio e interés.   Y en teoría uno de sus momentos más supuestamente descacharrantes, o más significativos, o más no sé muy bien qué, me refiero al discotequero numerito musical de los "azafatos", ni en los cabaret más cutre lux del estado, podrían alcanzar tan altas cotas de ridiculez. Su supuesta creatividad se encuentra al alcance de cualquier crío de cinco años.  

Un fiasco de considerables proporciones.

-Los Clásicos del Deicy vuelven a vestirse de oro fino con la proyección de EL DORADO (EL DORADO), obra maestra donde las haya de Howard Winchester Hawks:

Revisión más que “remake” en clave crepuscular de otro título mítico de su director, RÍO BRAVO.

Un caballero alegre y audaz

de día y noche cabalgando va

Y canta su canción mientras sigue osado

a la busca de El Dorado

 

Pero vano fue su esmero

y va viejo el caballero,

por la sombra el corazón sintió apresado,

al pensar que nunca el día llegaría

en que hallaría El Dorado.

 

Sin fuerzas, exhausto

ya pierde su fe.

Pero de repente, una sombre ve.

“¡Sombra!”, grita airado

“Dime donde se halla

la tierra llamada El Dorado”

 

Montes de luna cruzando

a valles de sombra bajando,

cabalga siempre osado…

a la busca de El Dorado.

 

Este esclarecedor y crepuscular poema del genial y maldito Edgar Allan Poe, no sé si habiendo así pretendido o no, acaba otorgando sentido a este western mítico y excepcional de Howard Hawks.

Viene a ser una revisión y puesta al día de su no menos mítico RÍO BRAVO, solo que aquí sus héroes se encuentran iniciando su ocaso, su retirada, su propio crepúsculo como bien indican esas estrofas desgranadas a lo largo de la acción por el impetuoso Alan Bourdillion Traherne alias “Mississippi”, el cual había aprendido algunas nociones de literatura gracias a un cultivado jugador llamado Johnny Diamond, de cuyo asesinato va buscando cumplida venganza.

Un Hawks ya setentón regala una oda a la amista, la vejez, la profesionalidad, la autoestima, al retiro con dignidad y al amor sin empalago. También habla de respeto y reconocimiento del adversario, como los mostrados por Wayne por ese elegante, rapidísimo y caballeroso pistolero, Nelse McLeod, encarnado con aplomo por Christopher George. Wayne tiene que llevar a cabo una maniobra no muy ortodoxa para eliminarlo.

Además, ver caminar juntos con muletas a éste y a un rehecho Robert Mitchum es uno de esos planos, de esos momentos que forman parte de mi lo mejor de mis abundantes recuerdos cinéfilo… y garantizo que la competencia es durísima.

Arthur Hunnicutt cogería el relevo de Walter Brennan como el más veterano del clan defensor de la ley, y un incipiente James Caan el de Ricky Nelson como ese jovezno en período de aprendizaje acelerado.

Posee un encanto y un tono de retirada, de ocaso, muy especial. Y está rociado por una luz luminosa de Harold Rosson, patente inclusive en las secuencias nocturnas.

Confieso amar incondicionalmente esta obra serena, humorística y de acción con profundo sentido ético. Obra maestra sin discusión posible.

Apostilla:

Al grandísimo Howard Hawks no le gustó, cuando se estrenó, que en SOLO ANTE EL PELIGRO un sheriff, un profesional, suplicara ayuda a gente que no le era. De ahí la respuesta en forma de una igualmente obra maestra, RÍO BRAVO.

Siete años más tarde retomaría parecidos personajes pero poniéndoles frente al paso del tiempo. Sus héroes acarrean cansancio, heridas, están enfermos o intentando superar adicciones alcohólicas, su meta inmediata es tratar de sobrevivir. Eso sí, vuelve a echar mano de un saludable sentido del humor, de épica y de un elegíaco canto a la amistad para mostrárnoslos más vulnerables aún, más vencibles. De ahí que el pistolero Wayne ya no pueda derribar a su elegante oponente, Christopher George, de una manera excesivamente noble, sino tirando de astucia y treta.

En el fondo es la misma operación que emprendiera Clint Eastwood con su memorable GRAN TORINO respecto a Harry Callahan y héroes similares. En esta ocasión la manera de redimirse no alcanza los ecos trágicos de aquélla. Todo lo contrario, el epílogo no se puede cerrar mejor y más reconstituyentemente, Dos hombretones –Wayne y Mitchum- caminando con muletas por la calle central del puelbo. en animosa confrontación verbal tras haber cumplido con su cometido.

Lo que resulta admirable es que un cineasta en retirada, mejor dicho matizo, en galopada hacia el crepúsculo, dirigiera esta vigorosa y magistral historia que no pareció importarle tanto como los grandes personajes que tenía entre manos, con 70 años y montando todavía a caballo. Algo por otra parte nada de extrañar por parte de quien hizo de la aventura una forma de vida y una declaración de principios.

El caso es que aquí, al contrario que en RÍO ROJO o RÍO DE SANGRE (si les añado el postrer RÍO LOBO, se entenderá porqué está considerado el “director de los ríos”), no tira de los grandes espacios sino de interiores, perfecta, diáfanamente iluminados por Harold Rosson, aún cuando tiene que captar no pocas escenas nocturnas.

Y me vuelve a asombrar que sin dejar de soltar humoradas por boca de sus actores, jamás rayanas en la caricatura o en la parodia, construya a la vez con imponente precisión secuencias de enorme y pudorosa tensión. Como la inicial del suicidio de un joven demasiado crío para hacer un trabajo de hombres, la del tiroteo en la iglesia provocando tañido de campanas, ese primer encuentro entre maestro –Cole Thornton- y discípulo –Mississippi-, la de Mitchum tiroteando a un facineroso malherido escondido tras un piano o en un tono más relajado la referida a ese brebaje endemoniado que proporcionan al sheriff J. P. Harrah para que se le pase la cogorza.

Otra característica de su obra, esas poderosas  y resolutivas mujeres, vuelve a tener aquí una magnífica plasmación, no por secundaria menos relevante, en la encarnadura de Charlene Holt y Michele Mercier, madura la una, jovezna la otra. Ambas vitalistas, con carácter, dinámicas, expeditivas.

Y luego están esos gloriosos característicos también tan comunes a su obra, cuyos cabezas más visibles son el ya citado George, un todavía pipiolo pero divertido y rápido aprendiz James Caan y un guasón Arthur Hunnicutt, dignísimo sucesor del inconmensurable Walter Brennan de RÍO BRAVO.

Por supuesto, entre los miles de atractivos que presenta esta obra mayúscula se encuentra el contemplar la manera que tienen de caminar un Wayne de 59 años y un Mitchum de 49, o lo creíbles que resultan los resacones de éste (por cierto, el camarero al que dispara en el saloon es su propio hermano en la vida real, John, se advierte cierto parecido).

Una cosa es clara, la impostura de ningún tipo jamás asoma ni por uno solo de sus costurones. Todo suena a creíble, a auténtico, alejado de cualquier atisbo de pretenciosidad o afectación, a cometido bien hecho por tipos -los ficticios y los reales- capaces de abordar su trabajo con la máxima profesionalidad.

Al final, para hablarnos sobre el respeto, la propia estima, la dignidad, la cortesía profesional, el respeto, la amistad de verdad, los amores maduros, el valor, el heroísmo cotidiano, la hombría de bien.

Finalizo señalando que su título tiene una doble lectura, el de la localidad en la que transcurre mayoritariamente la acción y el revelador poema de Edgar Allan Poe, que habla de un audaz, de un osado caballero, que se ha pasado la vida buscando un tan mítico como quimérico tesoro y que al final se ha extendido sobre él la sombra de la vejez.

Ya tan sólo me resta proclamar algo que digo  frecuentemente ante tantos clásicos de este calibre… Amén.